miércoles, 15 de junio de 2016

LA LECCIÓN EXCÉNTRICA

 Crónica publicada originalmente en EL ESTADO MENTAL.
María Moreno es una cronista, narradora y crítica cultural que lleva en activo desde los sesenta, pero también es una anomalía en el campo literario. Alguien cuya obra se resiste a las clasificaciones. Si A tontas y a locas es una compilación de ensayos, yo jamás entendí de qué iban porque está escrito con tal elegancia que no reparé en lo acertados o incompletos que eran sus argumentos. Simplemente, me limité a disfrutarlos. Quizás Subrayados sea un libro de crítica literaria, pero yo lo he visto ubicado en distintas secciones, de periodismo a historia de Argentina, y aún no sé siVida de vivos es una selección de sus mejores entrevistas o el registro de una performance colectiva. Con El petiso orejudo, donde analiza a un criminal de principios de siglo XX, sabemos que ha leído a Foucault y Rodolfo Walsh por cómo reinterpreta los informes científicos y juega con los sucesos como antesala del género policial. Siendo un libro de no ficción se ha leído mucho menos que El affair Skeffington, su única novela, aunque también esto es discutible, pues muchos creen que en realidad es un libro de poemas acompañado de un prólogo extraño. Si me preguntan, yo prefiero explicarlo a su manera, es decir, como un genial artefacto narrativo que fuerza la emergencia de una determinada voz, que es y no es, la de alguien que para mí sigue siendo un interrogante.
Me explico: María Moreno me largó enseguida su número de teléfono y durante todo este tiempo yo la he estado persiguiendo. Llegamos incluso a programar una cita en la librería-bar Clásica y Moderna. Me dio hora y dirección. Me dijo “Soy una mujer con flequillo”. Luego me canceló. En un mail se excusaba porque tenía a la nuera en el sanatorio. “Nada grave, pero he de ayudar a mi hijo.” Lo intenté de nuevo. Me confesó que ella no era de dar entrevistas. Le dije que sólo buscaba asesoramiento para una investigación pero no debí ser convincente. En la siguiente llamada me anunció que acababan de echarla de la Biblioteca Nacional, donde impartía talleres, y que la pillaba en plenas movilizaciones. “Mejor hablamos la semana que viene…” Entonces se le estropeó el internet. O perdió unos calcetines. O pilló fiebre. ¡A saber!
I. Voces
A aquellas alturas no me sorprendió enterarme de que María Moreno llegó a la literatura a través de las radionovelas (en su infancia se adaptaban muchos clásicos), ni que aprendió a “subrayar de oído” escuchando tangos. Esto explicaría que, para ella, la escritura no esté en el poder de la trama. La escritura es una voz. Por suerte, la suya, al teléfono, siempre me pareció cálida, a diferencia de la mía en esos atropellados mensajes que seguí dejándole en el contestador, como quien se aferra a un trocito de corcho en un naufragio anunciado, porque yo me vine a Argentina a comerme el mundo, aunque mis amigos me previniesen de que el mundo igual no se comía desde tan abajo ni tan lejos. En fin, un reto es un reto.
Tras varios intentos, recurrí por escrito a una pequeña mentira. “Hola María, aquí estoy con mi botella de Rioja. Conseguí que sobreviviera a tres asados. A ver si hay suerte y la compartimos, al fin, esta semana.” No sé a vosotros, lectores, qué es lo que os ilusiona, pero yo rara vez brindé por algo que mereciera escribirse en un papel. Siempre fue por un año, una mudanza, el anuncio de un amor o un embarazo, pero ¿qué hay de brindar por una buena frase? Sucede que a la Moreno, fregaos de género y formato al margen, le sobran. Es lo que pasa cuando cosechas un estilo que viene a ser un cruce entre el chascarrillo de peluquería y varios años de terapia psicoanalítica, sazonados por lecturas afortunadas como Colette, Nabokov o las mitologías de Barthes y otras menos previsibles como Enfermedad de los perros de campo, manual de veterinaria que, según cuenta, ella leyó en clave expresionista.
II. El límite como condición
De todos modo, si he de creer lo que dicen (y repiten) sus textos, María Moreno no aprendió tanto de los libros como de los bares. Su verdadera escuela fue el Café La Paz, donde se aficionó a beber para hacerse un sitio entre los hombres, como hicieron antes la poeta y cronista Alfonsina Storni y la genial escritora Norah Lange, de quien Borges se enamoró sin suerte. “Por ellas me convencí de que más que la universidad, las mujeres debíamos ganar la taberna.” De estas salidas, menciona varios encuentros con personajes a los que no se cansó de escuchar, siendo aún estudiante. Me figuro que sus conversaciones con ellos eran de una textura muy distinta a la verborrea logística que ahora se ventila entre móviles y que, de alguna manera, yo estaba reproduciendo con tanta llamadita y mail.
Me alivió saber que, al menos, no es de las que tiene un mal concepto de lo incómodo. Al revés, casi lo necesita para producir. En otro de sus textos leo lo siguiente: “Yo escribo sólo bajo: 1) amenaza: “Nos estás enterrando, es la última vez que te encargo una nota”; 2) extorsión: “¿Así que te falta mucho? Entonces dejá que se lo encargo a otro…”; 3) contratiempo: “Si no podés hacer ni siquiera una recopilación, sacamos su libro el año que viene”. De ahí que se reivindique antes como cronista que escritora. Lo suyo es apurar hasta el cierre y escribir por encargo y con presión sobre esos espacios donde se impone lo popular, ya sea en sentido pintoresco o de cultura de masas, aunque siempre lo haga con distancia crítica y cierta socarronería. Es más, yo sé que cualquier día empezará un ensayo con esa frase que leyó en la puerta de un retrete, como hizo el Fassbinder de La tercera generación, quizás porque en esa frase hay más sustancia que en toda la teoría lacaniana. O es lo mismo pero dicho en plata.
En sus textos, irónicamente, no hay economía de imágenes o citas, pero sí bastante rodeo. Ella lo atribuye a la censura. “Fue mi laboratorio de estilo. Como le pasó a José Briante o Jorge Di Paola. Arrasada la información, la dictadura nos obligó a escribir de una manera más literaria e incluso barroca. Es el lo-digo-pero-no-lo- digo.” 
Eso sí: un viernes, conmigo se dejó de historias. A eso de las doce yo cogí aire y marqué su número por enésima vez.
– ¿María? Soy yo, la periodista española.
–Ay, estoy durmiendo…– bostezó y entre nosotras se hizo un silencio.
Dejó el teléfono sin colgar y a mí muerta de risa.  
Cabe decir que, en todo esto tiempo, jamás fue grosera ni arrogante conmigo y hasta aceptó mi amistad en facebook, cuyo muro a primera vista se diría lleno de spams, porque por muy atareada que esté, laMoreno se las pasa haciendo tests con preguntas tipo:
¿Cómo sería tu aspecto en la edad media?
¿Quién te acompañaría a la cárcel?
¿Qué famoso se ha enamorado secretamente de ti?
De esta manera supe que morirá a los 93 años, sepultada por un árbol de Navidad. Es un final, considerando cómo acabó Annemarie Schwarzenbach. Tanta morfina, cara de pena y Persia… ¡y se la llevó una caída tonta en bicicleta!
Además de no hacerle ascos a la incomodidad, otro dato que me animó a insistir es que se deja querer. Lo sé por su entorno, que al hacerse eco de mi interés, me animó a ser paciente y hasta me dio algún consejo.
–Yo la invitaría a un whiskey– me sugirió uno.
–Es que ya probé con vino. Además tampoco me gusta meter el dedo en la llaga– contesté, siendo sensible a quienes luchan por mantenerse sobrios.
–Pues dile que te vas mañana– me asesoró otro.
–Sobre todo no le menciones que escribes para un medio. Cuanto más informal, mejor – añadió una tercera.
¡Y qué tarde llegó este último consejo! Cuando lo oí yo ya no me sentía como esa periodista que anda mendigando encuentros sino como una editora que, en pleno cierre, reclama lo de deben, fuera una entrevista o una borrachera.  
III.  Juegos de identidades
En ésas estaba cuando, ante mí, aparecieron dos palabras: PEDIR TURNO. Las leí estampadas junto a su teléfono, en varios flyers en los que María Moreno se anunciaba como partera de obra.
De esta ristra de flyers quisiera detenerme en uno que considero exquisito. Tiene un halo quiromántico y hasta pudo ser la portada de un disco de Roxy Music. En él se ve una mano femenina, sensual y elegante, con una uña hecha trizas. ¡Ahí está su lado trash! Esa uña, que se va deshaciendo o está por recomponerse, me sirve para aludir al carácter fragmentario de su obra, que es una compilación de textos, casi todos fechados. Incluso su novela funciona así. Es más, considerada en conjunto, me recuerda al Frankenstein de Mary Shelley, donde se combinan cartas, fragmentos de diario y dos relatos, injertos narrativos que al sumarse forman cuerpo de extraña naturaleza; y es que si hay algo que pone en juego María Moreno es su propia identidad.
Ella misma se reconoce como un invento (en realidad se llama María Cristina Forero), un heterónimo que se construye a través de otras vidas, algunas ficticias, como la de la poeta modernista Dolly Skeffington, pero también reales. Y ahí están esas magníficas entrevistas que aparecen en Vida de vivos, claro que, a día de hoy, la mayoría de esos vivos ya están muertos, pero sus testimonios no han perdido vigencia ni chispa.
María Moreno le sacaría una buena frase incluso a Messi, que en fluidez verbal compite con las piedras. Lo haría aunque le costara un desmayo, como le sucedió en una entrevista: fue desvanecerse y ganarse al otro. En otra ocasión le dijo “basta” a una arrolladora artista pop, que hablaba y hablaba, como si al forzar un cambio en la velocidad de sus palabras, esperase desarmarla o llevarla a un terreno distinto al de sus obeliscos de pan dulce y demás parafernalia. “Si hubiera podido elegir a una actriz para interpretar mi vida, sería Vivien Leigh, porque es una mujer como yo, que siempre está al borde de algo: de la risa, el llanto o de tirarse por una ventana”, le contestó una vieja autora de best-sellers. Sea o no cierta, ¡lo que pagaría yo por tener una declaración así!
De todos modos, si he de proponer un brindis fantasma (al real ya renuncié), sugiero un sólo nombre. Me refiero a Silvina Ocampo, porque además de ser una cuentista excepcional, a ella bien que se lo puso difícil. Lo mío a su lado fue café americano con edulcorante, ¡puro aguachirli! De ese encuentro, al que os remito en los créditos, quería que me hablara.
O no. Cuando al fin coincidimos en un recital, cara a cara y en la barra del Brandon, no supe qué decirle. Yo ya no era la periodista, ni la investigadora, ni la editora, ni la aprendiz que pide su turno en un parto del que perdí la cuenta. Ese domingo sólo era una lectora con un abrigo estrellado. En algún momento, ella lo tocó con los dedos para comprobar el género. Yo dije: ¡Es falso! refiriéndome al material. Lo gracioso es que minutos antes, ella acababa de insinuarme lo mismo respecto a su rol en las entrevistas. Fue de lo poco que hablamos.
En un mail posterior le anuncié que el artículo saldría finalmente este martes porque ya no podía prorrogarlo más, en nombre de alguna cita u ocurrencia suya. Se lo dije con la confianza de saber que sí le gustaron algunas cosas que escribí, por eso se negó aceptarme en su taller de crónica, mi último intento. A ella le pareció que no me hacía falta.
Sí me dio un empujoncito final, animándome a inventármelo todo y a robar de otras entrevistas. “Total, si hubieras hablado conmigo, igual sería una ficción sólo que con tartamudeos” me escribe en su último mail que, para colmo, me llegó en alerta, bajo la rubrica: EMPTY SUBJECT- POSSIBLE SPAM. Iba escrito en rojo, como esa uña y sus trizas.
Así aquí estoy, acercándome peligrosamente a su juego, aunque con las comillas me proteja del plagio, eso que a ella le gusta tanto. No lo hago por honor a la verdad. Es que prefiero fracasar a “mi modo” que replicar a quienes admiro, precisamente, porque llevaron su impostura un poquito más lejos. A veces pienso que la literatura se decide en esta clase de gestos, entre los que empujan y los que se detienen a tiempo.
Sin más, os emplazo al siguiente episodio sobre el atraco como forma de ensayo. 
 
 En portada, ilustración de Luis Paadin.
Flyer Partera de obra. En Buenos Aires, María Moreno es conocida por prestar oído y asesorar a otros escritores, como Selva Almada, con quien retrabajó los fragmentos alucionatorios de su segunda novela, Ladrilleros.
Retrato de Silvina Ocampo. “Ella no cesaba de corregir mi entrevista, yo de ir a su casa con cualquier pretexto. Me le declaré. Me preguntó que quería decir exactamente, o mejor dicho, exactamente qué quería hacer. Yo no tenía ni idea. Ella sonrío y dijo: Sufro del corazón. Yo soy más linda que Alejandra Pizarnik, le contesté y me fui dando un portazo”.  Fragmento de su entrevista a Silvina Ocampo.

martes, 10 de mayo de 2016

¡CAVERNÍCOLAS! Desde Argentina, crónicas sobre lecturas de alto riesgo.


Hoy en El Estado Mental empiezo una nueva serie, sobre lecturas de alto riesgo. En ella hablo de mitos fundacionales, de acosos telefónicos que sirven de entrevista, las cartoneras y tres escritores suicídicos o un club de nadadores. Sin pelos en la lengua y con humor... ¡Espero que sea de vuestro interés!




miércoles, 10 de febrero de 2016

BLA BLA BLA DE LO MÍO

Un lunes, Pere Llobera (1970), que vive entre Barcelona y Ámsterdam, ciudad en la que más ha expuesto, me invitó a su estudio donde acumula varios lienzos, una mesa intervenida o la cabeza a medio esculpir de Cesare Pavese, a quien describe como una mariposa entrando en una hoguera. Tras desayunar juntos iniciamos el siguiente diálogo.










Entrevista a Pere Llobera: Bla, bla, bla (de lo mío) – O Productora Audiovisual
Sin título nº 9 2011 33x41cm óleo sobre lienzo de la serie Una història de mediocritat.






Pere, lo primero que vi de tu trabajo ya me llamó la atención. Son los cuadros de la serie Una història de mediocritat. Al verla me acordé de cuando a veces miras fotos viejas con tu hermana y empiezas a comentarlas. “Mira este, ahora se ha puesto como una bola…”
Es que es justo eso, lo que pasa es que yo me lo decía a mí mismo. ¿Qué hacía yo en esa cena y con esa gente? Iba a la universidad y ellos me veían como el pintorcillo al que casi hacían callar porque no querían oírme hablar de ningún cuadro. Eran simplicos. Pero por otro lado, a mí su vida me iba bien. Yo qué sé… Podían hacerme callar, pero si íbamos al Bagdad a ver un estriptis o veíamos la final de la Champions con el Milán, aquello era una fiesta. Me lo pasaba bien. Fue luego, al ver la serie de contactos y recuperar esas fotos que me dio por pensar: Estupendo, pero ¿qué sacaba yo de ahí? Creo que he perdido unos buenos años de mi vida y, ojo, no quiero sonar elitista porque a mí me gustaba esta idea de ir con gente disociada de las artes y que fuera divertida, pero no había ninguna correspondencia. Solo seguiría viendo a uno de ellos (y por poco tiempo), el que de hecho ya era mi colega, pero es justo el que se trajo al pack de amigos. Es un traficante de ostras, de Mercabarna, un tipo con una buena energía humorística. Eso está bien. Como decía Buñuel, “un día sin reírse es un día perdido”. Quiero decir, que tampoco me interesa la gente por muy sensible que sea culturalmente, si luego es incapaz de poner algo de humor.
Yo creo que en los museos hay caras muy serias. Debo confesarte que de todas las disciplinas, las artes visuales aún me generan inseguridad. Siento que necesito una mediación. Me dejo guiar mucho por conocidos y otros artistas con los que quizá he sintonizado en otras cosas, como si dependiera de su reacción para empezar a reaccionar.
Pues no deberías sentir eso y más a ti que te gusta leer. A ver, cómo explicártelo sin parecer un sobrado. Cuando yo voy a la ópera, por ejemplo, sé perfectamente en qué cagarme (risas) y no soy experto en el tema, pero lo que no me gusta, no me gusta. Si sabes discriminar, ¿por qué no hacerlo en un museo? Además, los artistas visuales son tan densos, en su mayoría se apoyan mucho en lecturas, ensayos…
Sí, por eso me interesan, pero a veces prefiero comprarme el catálogo y leerlo en casa. No siempre tengo claro que la ejecución espacial esté justificada.
Es que muchas veces no lo está. Si debo serte sincero, a mí me tocaron las artes visuales y no me quejo, pero si se trata de querer transmitir algo, a veces pienso que debería ser músico. Hay algo en las artes visuales que no me acaba de parecer potente en el sentido en que lo es una buena canción o un muy buen libro.
Me sorprende, porque una cosa que yo veo en tus cuadros y que en la música siento menos, aunque no digo que no suceda, es su dimensión abstracta. Aun siendo un pintor figurativo hay algo psíquico, como un malestar… No sé, no te enfades, pero veo cierta roña mental.
No hay arte sin conflicto. A veces me mola soltar cosas de este tipo, grandes frases de las que generan eco, para ver si aguantan el paso de los días o se desinflan en plan tontería. Es soltarlo y quedarse hueco. ¿Lo has probado?
Todo el rato… A eso del conflicto, yo lo llamo la urgencia de hacer algo, aunque luego te salga rana, porque en las obras fallidas hay también cierta belleza, ¿no crees?
Totalmente. Tener ideas es muy fácil. Yo tengo un colega, expintor de paisaje que ahora se construye sus propias guitarras, con el que a veces coincido de veraneo y, por reírnos o por accidente, nos da por pensar en esas “ocurrencias” que podrían ser la pieza principal de algún artista. Es lo que sucede cuando sublimas una ocurrencia, que igual te sale una pieza. Piensas que sería gracioso hacerlo, a lo Damien Hirst. Si tienes la pasta y veinte operarios...
Te sale un maldito tiburón en formol. Pero, ¿quién quiere eso?
Yo creo que lo que hace que descartes o no una idea, lo que determina si merece la pena, es si hay algo de ti en ella. Es así de sencillo, porque si no, solo es una idea y para mí, ese es el punto clave. Responder al qué tiene de ti esto o, como tú dices, la urgencia. Ahí está la primera carta rilkeana al poeta… ¿De verdad necesitas hacerlo? Quizá esto suene romántico, pero yo no me metí a pintar desde otro lugar que no fuera ése. En mis cuadros siempre me pregunto si más allá de la ocurrencia interesa la persona que hay detrás. Y en la obra de los demás, si ese alguien te está regalando algo, se está dando. 
Yo creo que en tus pinturas no solo se intuye esa pregunta sino que se nota que estás preocupado por ella. Hay algo poco relajado. ¿Puede ser? Yo eso lo veo. Y me gusta porque creo que lo más bonito es cuando un artista defiende su área de inseguridad, su no saber muy bien si debería estar haciendo eso, en resumen: ¡su temor a cagarla!
Es que lo has dicho muy bien. Si hay algo que soy es poco relajado. A mí no me hipnotiza ni Cristo porque en seguida entro en competición con el hipnotizador. Luego, en el metro, soy un detector de chorizos implacable. Un mangui y yo emitimos en la misma frecuencia. Si nos cruzamos: o yo inclino la cabeza o él sale del vagón. Un día, mi mujer y yo vimos a un tipo en una moto y a mí se me ocurrió decir: ¿Pero cómo deja el casco así? Y ella: ¿Qué pasa? Le contesté: Que se le van a mear dentro. Tenías que ver su cara. 
¡Me la imagino! Hay una cosa que me parece entrañable de tu texto sobre Una exposición luminosa que creo que tú mismo comisariaste y de los créditos de un cuadro llamado Balbino, en el que abiertamente te disculpas por no aportar algo más positivo al mundo. ¿Alguna vez has intentado pintar un cuadro alegre?
¡Continuamente! En el estudio tengo un proyecto que se va renovando anualmente. Se llama “cambiar de paleta, cambiar de paleta…” e inspirarme en Mike Kelley. Hacer cuadros pop, de mascotas de baloncesto y esa clase cosas. 
¿Mascotas? Suena terrorífico.
Desde luego, en mí, saldría terrorífico, pero me lo impongo. A veces, en las puertas de embarque de los aviones veo a toda esa gente leyendo o sentada junto a su familia y pienso que por qué no puedo ser uno de ellos. No te hablo de gente naíf, sino que se ha reconciliado con el mundo y que pese a saber cómo es todo, aún tiene las ganas de tirar adelante. Es gente encantadora y aunque ya tenga una voz y no la pueda doblegar, me encantaría pulir mis neurosis, probar a ser de otra manera, como hizo Philip Guston. Sus cuadros no es que entusiasmen, pero sí me gusta su proyecto de vida. Me refiero a hacerse un nombre pintando de una manera y en los diez últimos años, cambiar completamente de estilo. A Goya también le pasó. En la recta final, decidió orientar toda la potencia de lo que había sido hacia otra dirección, muy pura.
Ya sé que me dirás que es pronto pero, ¿cómo evaluarías lo que has hecho hasta ahora?
Hasta los veinticinco era mierda. Hacía mucho paisaje. Tenía un hambre visual… Me lo comía todo, sin discriminar. Era puro buffet libre. Una mano ejecutora, como la de la familia Adams. Una mano ejecutora y sin cabeza. 
¿Y qué me dices de lo que haces ahora? ¿Te gusta enseñar lo que haces?
Es que soy bastante impúdico. No le doy ninguna importancia a que por ejemplo, me plantees una entrevista. Prefiero que tú y yo hablemos o que haya una cena. Casi te diría que para mí la cena es un formato artístico en sí mismo.



A mí me gusta esa idea de que una frase lleve a otra y otra, porque nadie sabe muy bien dónde puede llevarte un diálogo. Hay cierta resistencia al orden. No sé si has leído La prueba de César Aira. Desde entonces sueño con esta idea terrible de cascarme un diálogo monstruoso, como de cuarentas páginas, atravesado por chistes, con hilos que se pierden y momentos de gran belleza pero hay que tener un dominio increíble de la lengua para que no resulte un ladrillo, porque no hay trama a la que agarrarse.
¿Sabes quién tiene algo de eso? Imre Kertész. Es uno de mis escritores favoritos.
¿Me lo recomiendas? Admito que el rollo judío de Acantilado me cansa. Un día me dije: se acabó la literatura de alambrada.
Pero Kertész es un descastado. Aunque estuvo en los campos de concentración, él lo vive como algo en lo que no quiere recrearse, que no eligió. Es un poco como yo con lo de cambiar de paleta de color. Ya sé que el símil es bastante frívolo…
(risas) ¡Me fascina cómo ecualizamos traumas! Paleta = Genocidio.
Me refiero a que en su escritura, esa condición es como una mochila que intenta quitarse de encima. Va moviendo los hombros pero no puede. Si quieres, hay un proceso de identificación estilístico. Luego tiene cosas muy controvertidas, de tío raro, como cuando alguien suelta el inevitable comentario judío, en una cena, y él se pone muy nervioso y se larga. Es el arranque de Kaddish por un hijo no nacido. Suelta una bulla en ese libro… porque no aguanta la frasecita manida, la de “Una vez más, Auschwitz es inconcebible”. Lo curioso es que mientras se va de la cena, ya va pensando, no para de hacerlo. Es un flujo bestial. En la novela va cambiando de sitios, pero te habla todo el rato a ti. Las escenas pasan, como en esas viejas películas donde los fondos parecen deslizarse de un rulo, y es el personaje el que está quieto. Es un efecto curioso.
¿En qué estás trabajando ahora?
En una exposición que no concibo hacer sin David Armengol. La idea es definir un poco mi corpus creativo y hacer que cuaje en un sitio digno. A ver si lo logramos, pero mientras tanto estamos preparando los andamios de lo que vamos a mostrar. Seguramente se llamará Faula rodona y se trata de reivindicar… (Se queda pensando). Me gusta que me cueste explicártelo. Quizá es que tengo que montarlo en sala para verlo más claro.
¿Sabes cuántas piezas tendrá?
Hay una muy clara, al menos hoy, porque soy de los de cambiar de idea de un día para otro. Se llama Record sense veu y más que un cuadro es una idea que está pidiendo imágenes. Es de un momento que nadie ha registrado, de cuando el grupo Gong tocó en la Abadía de Monsterrat. Vinieron con unos amigos hippies que el año anterior habían dormido ahí gracias a un cura, el pare Francesc, que decidió acogerles.
Los Gong en Montserrat. ¿Estás seguro?
Sí, sí. Iban disfrazados de magos. Fue en 1973. Esta versión del cuadro que te enseño ahora no me hace feliz porque es demasiado literal. Haré otro y quizá en el tercero… En este caso tengo fe en el cuadro que aún está por venir. Tiene que ser menos narrativo, igual con las telas cayendo y sin el objeto central, como si al cuadro de los infantes de Velázquez, le quitases el infante.
¿Pero qué buscas exactamente? ¿Cuál es la urgencia aquí?
Creo que le ha pasado a mucha gente pero en mi caso… a ver, es las ganas que tengo de ir hacia atrás, tener una vida, y no poder hacerlo. Pienso que no me toca tener que estar aquí y no te hablo de una nostalgia cutre, si no de la sensación de que mis aptitudes no encajan en esta época.
¿Y encajan en alguna?
Sí, sí, claramente. En los setenta.
Que es cuando naciste.
Yo soy un goma rota. Me llevo doce años con mi hermano mayor y lo que yo he vivido en casa, lo que he visto de mis hermanos, ha sido un parámetro para mí. Te hablo de algo real, no de una proyección romántica. Quiero decir: yo estuve en la habitación de mi hermana escuchando a Patti Smith.
Te entiendo. Yo también soy la pequeña y creo que las elecciones de mi hermana, con quien compartía cuarto, tuvieron más impacto en mí que en ella misma. Todas esas carpetas y paredes con fotos, llenas de actores, el puente de Brooklyn… ¡Menudo globo!
¿Verdad? Fíjate en esos actores precoces que cantan y bailan perfectamente. Son monstruosos porque a esas edades somos hiperabsorbentes, capaces de todo. Yo no digo que fuéramos un prodigio, pero éramos muy sensibles a nuestro entorno y a mí me tocó el rollo de esa época. Te hablo de una actitud asilvestrada, salvaje, que me marcó. Volviendo a la expo, a mí me gustaría que bajo la apariencia de tranquilidad de lo que pinto, se perciba esa energía porque, antes lo has dicho, soy un tipo tenso y hasta diría que agresivo. El otro día salía en la tele Soraya Saénz de Santamaría y le tiré un currusco de pan, así, instintivamente.
¿Y por qué dirías que te salen esos prontos?
Igual no he tenido una vida satisfactoria. Entendámonos, he tenido una vida cómoda. Aunque en mi casa nunca faltó de nada, las cosas no se hicieron del todo bien. Para que te hagas una idea: mis padres compraron un mueble para el salón, pero como no cabía la tele, esa tele acabó en mi cuarto así que, en casa, si queríamos ver una película acababan todos en mi cama. ¿Así quién va a tener un hábito de estudio? Fui un mal alumno y me refugié en el dibujo, porque era lo que sabía hacer y hay algo ahí de persona inacabada.
En uno de tus cuadros llamado Dad’s Car, sale un coche en un tren de lavado, pero en las ventanas se ven esas imágenes con nieve, de cuando las teles no funcionaban bien…
Es un poco la idea algo manida de que la infancia se acabe y de que más allá del coche de tu padre no haya nada pero viene de algo que leí en un libro de Žižek. Se llama Mirando al sesgo, donde si no recuerdo mal comenta un episodio de Dimensión desconocida en el que una pareja que va en automóvil se queda atrapada en un pueblo.
Žižek. No te gusta esta época, pero lo que pintas no sé si podría pertenecer a otra.
Es que no lo vivo de una forma lesionada. Quiero decir, no me he quedado en el pasado. No soy tan cretino. Pero, ocasionalmente, necesito abrir una compuerta en mi cabeza y entrar ahí, pasar un rato antes de volver a la vida real: los hijos, la merienda, hacienda… Mis cuadros son como puertas. Bueno, quiero que lo sean pero nunca lo consigo. Quizá es muy pretencioso, pero quiero pintar lugares, cuadros, en los que pueda quedarme. Me pasa con Friends. Me gustaría vivir dentro de esa serie.
(Risas) ¿En serio? A mí, además de con Regreso al futuro, me pasa con las pelis de Hitchcock. Ya sé que suena raro pero sobre todo me pasa con Con la muerte en los talones. Es un lugar al que me gusta volver. Cuando tengo insomnio o estoy con gripe, me relaja verla. Igual me recuerda a cuando se veía en casa, todos frente a la tele.
Si lo piensas, es una locura. Querer vivir en un cuadro, construir una puerta perceptiva y esa clase de cosas… Son imposibles, pero eso no quita que quiera hacerlo. ¿Tú has jugado alguna vez a parar el mar? 
¿En qué consiste?
Es muy sencillo: se trataba de ponerse frente al mar para frenar las olas y no parar, hasta acabar hecho polvo. A mí me encantaba hacerlo aunque fuera absurdo. Cuando pinto me pasa: quieres trasladar algo a alguien, pero a la que lo intentas plasmar en el lienzo, ya se ha podrido. 
Esto me recuerda a un artista que me descubriste tú y que me gusta mucho: Bas Jan Ader. Sobre todo cuando quiere revertir la dirección de la conquista y viaja en un barquito del nuevo mundo al viejo continente. El hecho de que se extraviara y titulase su travesía In Search of the Miraculous es como una broma extraña.
Es una apuesta que lleva hasta el extremo. Quiero pensar que él, que era hijo de un predicador que murió en la Segunda Guerra Mundial, no se lanza al mar para suicidarse, sino para cumplir una promesa. Antes de zarpar mandó una carta conforme llegaría a su galería, la Art and Projects, el día de la inauguración, tras atravesar el Atlántico. Hubiera sido también precioso. Quizá pensó: si llego me purifico de la vida que llevo en los Estados Unidos y si no llego, será mi penitencia. En ese sentido Bas Jan Ader, como Mishima, fue de los que saben acabar lo que empiezan.                         Estoy de acuerdo, pero lo que a mí gusta y lo hace poético es la desproporción. El desajuste entre la idea y la ejecución. Creo que controlaba muy bien ese juego, casi como un equilibrista, porque no era nada grandilocuente. Eran piezas pequeñas, de gestos, caídas… ¿Tú vives esa desproporción?
No. Yo soy un superviviente. Mi locura se parece más a ir a una piscina y tirarme dos horas intentando encender un mechero con el pie, mientras me esperan en el agua. Lo conseguí y ese día no me bañé. Fue un triunfo de lo más inútil, pero que me describe absolutamente.


¿Y dónde quedan los demás en todo esto?
No puedo decir que el público no exista para mí. Estaría mintiendo. Quizá sí existen artistas para quienes el público no existe y que además me gustan pero yo tengo que adaptar lo que hago a lo que soy. Aunque valore a Bas Jan Ader o Wojnarowicz, a mí eso no me sirve. Tengo que solucionarlo. Hacer que me sea útil y negociar conmigo mismo. Ese intento de negociación, por ejemplo, lo tuve con un poema de Ferrater.


Esta es la historia completa:
Hice un cuadro titulado Porros y música en casa de Àlex que lógicamente no interesó a nadie. Al final ese cuadro fue regalado a otro amigo que salía en la escena. Lo agradeció mucho. Un par de años más tarde, al encontrármelo, le pregunté por el cuadro. Me explicó que su pareja no se lo dejaba colgar en casa (aquí hay que sobreentender que el problema era mi colega haciéndose un porro) y que por eso él lo tenía colgado detrás de una puerta, en el pueblo de las Ventosas. Esa situación me encantó. Me refiero a la incomodidad que era capaz de producir ese cuadro en otra persona, así que le pedí ir a su pueblo y hacer un cuadro de mi propio cuadro castigado tras una puerta.





Entrevista a Pere Llobera: Bla, bla, bla (de lo mío) – O Productora Audiovisual
Cuadro tras la puerta 100x70cm oleo sobre lienzo 2012
Aproveché el viaje para grabar el poema de Ferrater (Si puc), al atardecer, cuando ya no había buena luz para pintar. La idea era registrar en video y en una grabadora magnetofónica la lectura y no cesar hasta que hubiera leído el poema solo y verdaderamente para mí. Tardé unos veinticinco minutos, ya que todos los intentos anteriores tenían demasiado presente a los demás y eran insoportablemente afectados. En cuanto me pareció lo suficientemente sincero, me detuve. En la grabación se pueden oír perros ladrando de fondo y a mí, gruñendo cuando no salía bien. Al cabo de unos días, activé la grabadora dentro de mi estudio y la pinté justo en el lapso de tiempo en el que yo trataba de recitar bien ese poema, como si el poema perfecto estuviera en esa grabadora que yo estaba pintando. Lo titulé Collir roselles. 
Antes has hablado de puertas perceptivas. En la pintura siempre me viene esa imagen de Pollock a cuatro patas o Miró perdiendo la noción del tiempo y medio alucinado. ¿Crees que existen los genios?
Es que esa palabra, la del genio está muy connotada, es fea, pero sí que creo que hay gente muy potente y eso no significa que lo sea en todo. De un ser tullido puede surgir algo muy bestia. Como Elvis, del que se dice que emocionalmente era un poco corto. O piensa en Salieri, cuando en Amadeus se pregunta superafectado cómo es posible que de aquel ser horrible nazca semejante música. Y está hablando de Mozart. A mí, en ese sentido, me impresiona mucho Bob Fosse porque es como la vida misma expresándose a través del movimiento. Él era coreógrafo, bailarín, actor, cineasta, un hombre muy capaz pero que luego se ponía mucho en cuestión y eso me enganchó en seguida. En All That Jazz hay un momento en el que él mismo caracterizado como Joe Gideon, su alter ego, mira una película. Los fans sabemos que es Lenny. Se le ve todo reconcentrado, porque la está montando y hay algo que no funciona. Entonces dice: “¿Es que Stanley Kubrick no se deprime nunca?” (Risas) Quizá yo soy menos empático con esa perfección cinematográfica. Me encanta 2001: Una odisea en el espacio, me parece un refugio, una película increíble, pero si me dan a elegir, en otra vida, hubiera dirigido All That Jazz. Está atravesada por la duda, pero es increíble lo que genera esa duda.
Esto me recuerda a un libro que me prestó David (Bestué) en el que John Ashbery habla de poetas menores que para él fueron muy influyentes, aun identificando ciertas pifias o momentos mal articulados. Se llama Otras tradiciones. Me gusta que reivindique un poco ese segundo puesto, porque quizá hablar de los genios acaba siendo aburrido.
A mí en ese sentido me gusta Jordi Barba (alias Pope) amigo del también poeta Enric Casasses. Pope tiene una obra menos conocida, también murió más joven. Hacía cosas muy raras, pero a veces voy a El crit platejat. No creo que sea un poema bisagra, pero lo completo con la figura de Casasses, que para mí sí es de los grandes, y como lo leo de una forma contaminada, me gusta aún más.
¿Desde cuándo te interesa la poesía?
Empecé tarde. Vengo de una tradición hipernarrativa, lo de contar historias siempre ha estado ahí y sigue estando, pero me gustaría abrirme a algo distinto y la poesía no solo me gusta sino que me es útil porque favorece la libre asociación de ideas o la alquimia entre dos elementos. Me pregunto hasta qué punto puedo traducir eso a nivel pictórico.
Tienes un cuadro que habla directamente de Vinyoli.
Sí, pero no estoy muy contento con ese, lo veo muy brossiano, casi como un poema visual, y no se trata de eso. Podemos no hablar del cuadro pero sí de Vinyoli, porque hay algunos poemas suyos que me gustaría pintar. Él no sería un poeta menor como quizá sea Pope. Es de los que sientan precedentes y, a veces, lo ando comparando con otros. Es un poeta anulador. (Risas) Como cuando empiezas a leer a un escritor por su mejor obra y el resto ya no vuelve a ser lo mismo. Me pasó con De Profundis de Oscar Wilde. Antes hablábamos de Guston o Goya, artistas sobresalientes que de pronto proyectan toda su potencia hacia algo muy puro. En el caso de Wilde, es un cabreo con su amante, mientras él está en la cárcel. Lo que leí después, me gusta, pero ya nada ha superado ese momento.
¿Te preocupa verlo en un cuadro? ¡El cataclismo!
Es que ahí ya entro en la praxis y lo vivo de otra manera. No es como cuando leo. Por ejemplo, cuando estaba en Holanda, me tocó vivir el “bad painting”, me refiero a pintar mal expresamente, con colores ácidos. Es algo que a mí no me encaja, pero esa libertad frente al lienzo igual la sintetizo de otra manera. En cuanto a Goya, por citarte a uno de esos pintores que en mi caso podría ser un gran anulador, más bien me tensa, entro en competición porque, claro, yo quiero hacer eso. Me digo: ¿Cómo convertirme en Goya? La profesionalización tiene ese punto perverso de vampirizar las cosas. Distorsiona. 
Puestos a hacer comparaciones de bar, igual mi Goya es Virginia Woolf. Es leerla y decir: Joder, joder, yo quiero llegar a esto (risas). Ya lo sé: suena a loca, el ridículo…
¿Y por qué no podemos desear a lo grande? Es como esos concertistas de música clásica que no se atreven a componer. ¿Qué les hicieron en el conservatorio? Estoy en contra de que se inhiban las ambiciones. A mí, si me preguntan dónde quiero llegar, diré: Pues al Whitney, si no te importa. (risas) Que lo logre o no es otro tema. Aunque suene soberbio, tampoco tengo tiempo de pensar en ello, ni siquiera de hacer name dropping de los pintores que hay ahora mismo… Tengo unos agujeros tremendos en artes visuales y pintura, porque a la que veo algo que me sirve de recurso, en seguida me pongo al trabajo. No sigo completando, compulsivamente. A una personalidad hipertensa como la mía, lo de ir haciendo carpetas con referencias, le aturde. Prefiero concentrarme en un punto. Es más, creo que con tanta hambre visual, puedes acabar teniendo comportamientos desorientados. En mi caso, mi habilidad como pintor me hizo seguir un flujo, pero un día hice clic: “no debo usar esta mano, tengo que tener proyectos”. O dejar de ser esclavo de mi técnica porque descubrí que podía trabajar de muchas maneras (ahora como Goya, ahora como Ader, ahora… ) y era un descontrol. Le puse un nombre: el mal de Ensor, que es cuando no acabas de tomar una decisión sobre tu voz, pero cerré esa patología con una expo, hace un par de años. Y ahora ya estoy más centrado. Pero ese mal existe. Yo lo he visto en el cine y mucho en el escaparatismo: juntar cosas que no tocan porque simplemente se puede hacer.





Entrevista a Pere Llobera: Bla, bla, bla (de lo mío) – O Productora Audiovisual
Balbino a medio borrar, (inacabado) 200x200cm óleo sobre lienzo
¿Y por qué a veces haces maquetas de los cuadros y luego los pintas? ¿No estás duplicando el trabajo? Es que me molesta pintar de una imagen. Muchos artistas somos subsidiarios de esa disciplina, y se nota tanto cuando partes de una fotografía… ¿La comodidad nos ha vencido o qué pasa? Si pinto al aire libre o me fabrico maquetas es precisamente para huir de esa comodidad. Por ejemplo, tengo aquí un cuadro con un río y una oveja que es un tributo a Jan Van Eyck. El primero lo hice al natural, en pequeñito. El problema es que el grande ya no me lo podía llevar al lugar. Los camioneros pitan, si hay viento con un lienzo de 1,70 al exterior, sales volando… Pintar a plein air es un coñazo pero el resultado es diferente porque no pintas con esa tranquilidad de mirar una foto en tu estudio. Siempre sale otra cosa.

También una foto ya es una decisión tomada. En cambio, mientras miras hay oscilaciones de humor, el paisaje siempre se está haciendo, ¿no?
Totalmente. De todas formas, lo ideal sería no tener ya este debate. Escapar de lo puramente figurativo y el dilema de si usar modelo original o no, que es muy rancio. Otro propósitos como el de cambiar de paleta es no depender tanto de “la realidad”. En ese sentido, me encanta Buñuel, por esa cosa despreocupada que tenía con su trabajo, digo técnicamente. La potencia estaba en su cabeza.
Es curioso: en tus cuadros hay mucho residuo, que es algo que asocio a lo catalán. La brutícia, el trencadís, pero en esta conversación has mencionado varias veces a Goya, Buñuel… y luego hiciste esa especie de remake de las Meninas con cajas de embalar.
Es que yo soy un pintor muy español, de lo más españolito que hay, un “paleta brava”. Esto viene de una expo que quería hacer Juan Francisco Rueda. Goya, Velázquez, Ribera, están en mi cabeza. El tenebrismo. Luego está esa cosa de la culpa, que es tan católica. Aunque esto lo pienso mientras te lo estoy diciendo. Igual es una tontería. En cualquier caso, me regodeo en la etiqueta. Si pudiera escoger un cuadro para tener en casa, quizá me colgaba El pelele de Goya. Es muy instructivo.
¿En serio?
O quizá cogería algo más contemporáneo como la foto de las bolas de nieve de David Hammons, aunque ya se ha visto mucho. Es una pieza bonita, efímera y tiene algo crítico, de poner en duda el valor de las cosas, el arte incluido. Me gusta porque yo nunca podría hacer algo así. Hammons es una personalidad que se sujeta como platos sobre palillos chinos.
A mí me sorprendió que un tipo así, que hace cosas tan frágiles, tan al límite como tú dices, haya tenido su oportunidad o hueco en la historia del arte. Ha tenido un azar raro.
No, el azar raro es estar en Nueva York, en esa época. Este tío en Cuenca sería el loco del pueblo, el chalao que recoge el pelo de las peluquerías. En Cuenca estaría muerto y en Burkina Faso también porque no están para leches. En cambio en Nueva York, que es un archivo de excéntricos, tuvo su espacio. No sé si es por aburrimiento que la gente busca su cachito de pureza y de pronto hace algo muy loco, pero loco en un sentido que a mí me importa. ¿A ti te gusta esa ciudad? Se lo pregunto a todo el mundo que ha estado.
¿Por qué?
Porque yo nunca fui y ahora mi pareja quiere que vayamos con los niños. El problema es que Nueva York es la ciudad en la que me hubiera gustado estar, en su momento más punk, con toda esa efervescencia setentera y brutal, pero dudo que quede algo de eso y no sé si me conviene viajar al espejismo. ¿Tú que crees?
Depende de lo que pienses de los viajes. Si eres un tipo tenso, igual te ves dando vueltas, esperando a que te entre el hambre. Como no vayas a tiro fijo, muchas veces viajar se parece a eso.
Al final siempre está ese momento… ¿Pero qué pinto yo aquí?

 ------ para O Estudio Creativo. 







jueves, 24 de diciembre de 2015

Listado 2015

Como cada año, mi lista de libros, aunque algunas les parezca feo que se haga ranking de algo tan importante. En negrita los que más he disfrutado. Encabezan los favoritos dos novelas muy vitales: En el Petersburgo de Biely hay un uso del espacio y tiempo narrativos magistral y escenas que son sombras. Arlt es como Billy Wilder en cine, ¡una delicia! Hacia el final hay un diálogo en el que me gustaría quedarme. La sorpresa mayúscula sin embargo es el brasileño J. G Noll. Escritor bizarro, no para todos los gustos. Leí su primer libro sin apenas darme cuenta y luego fue volviendo a mi cabeza... como un naufragio del que vas recuperando los trocitos. Intrigada, leí el segundo que me estalló en las manos. Además de novela es un ensayo estético. El lo llama El teatro de las desapariciones. ¡Me impongo seguir investigándolo! También me encanta la novelita de Irene Nemirovsky...otra de las grandes, junto a la Kristof. El texto se desliza, al milímetro, como si pasearas por los salones de una casa, en esos minutos previos que anteceden una fiesta. ¡Nervios! Muy lúcido también el Gasset de la España invertebrada, como Pla es una de esas miradas que se hacen solas, sin préstamos. Creo que su tesis principal sobrevive al tiempo. Los relatos de Fogwill también me han gustado mucho. Help a él es el que más recuerdo. Otro autor raro. Coetzee es quizás el autor mainstream que más interesa, aunque algunos se rían de que lo considere mainstream...  Me refiero a que lleva cintillo y hay consenso, Nobel y tralalá. En mi caso hay una razón y es que siempre se proyecta en mujeres extrañas, con unas voces y unas vidas muy únicas. Pienso en la Costello y su hermana monja (joder, qué diálogo) pero también en la protagonista de la Edad de Hierro, que escribe desde el estómago, en todas las que aparecen en Verano y la secundaria  que oxigena al Maestro de Petersburgo con su entereza. Hay pocos autores que se atrevan a ser claramente feministas y éste es uno. Si lo comento es porque en mi lista faltan mujeres. Las de este año copan los ensayos. Me gustó pelearme con Butler y Braidotti, dos intelegencias muy distintas pero que buscan algo parecido. Los poemas y la Ponencia en curso de Ana Cristina César merecen mucho la pena, sobre todo cuando dice:
"Al producir literatura no trazo rasgos de verdad, opto por la construcción; o mejor dicho, no logro transmitir al lector una verdad acerca de mi subjetividad. Eso es imposible y como es imposible opto por lo literario. Y esa opción tiene que conllevar una cierta alegría. Tiene que se grata. No es una pérdida, como podría parecer. Esa opción implica una renuncia inicial pero en última instancia no representa una pérdida. Hay que hablar, lo que más hay que hacer es hablar. Hablar nunca es exactamente decir la verdad pero hay que hablar, hablar, hablar, hablar, hablar, hablar, para salvar las distancias. Si no uno se angustia mucho. No sé".  Un día contestó al teléfono. Conversó un rato y se tiró por la ventana pero no hay duda de que lo intentó. Leedla!


Petersburgo, Andrei Biely
Carne y piedra, Richard Sennett
Los condenados de la pantalla, Hito Steyerl
Elizabeth Costello, J B. Coetzee
El maestro de Petersburgo, J B. Coetzee
Juguete Rabioso, Roberto Arlt
24/7, Jonathan Crary
La política fuera de la historia, Wendy Brown
Los Pichiciegos, Fogwill
Todos los cuentos, Fogwill
El estilo de los otros, Mario Libertella
La ciudad vista, Beatriz Sarlo
Dos fantasías espaciales, Sergio Brizio
Dame pelota, Dalia Rossetti
El affair Skeffington, Maria Moreno
Todos los ensayos bonsai, Fabián Casas
La vida perra de Juanita Narboni, Ángel Vázquez
Hotel Pacífico, Joa Gilbero Noll
A cielo abierto, Joa Gilberto Noll
En breve cárcel, Sylvia Molloy (Inacabado)
Literatura de izquierda, Damián Tabarovsky
Espectáculos de realidad, Reinaldo Laddagga.
Dibujos animados, Félix Romeo
Acceso no autorizado, Belén Gopegui
Conversaciones con artistas contemporáneos, Hans Ulrich Obrist
Curiationism, David Balzer
Atlas portátil de America Latina, Graciela Speranza
La España invertebrada, Ortega y Gasset
La rebelión de las masas, Ortega y Gasset
La analfabeta, Agota Kristof
Le Bal, Irene Nemirovsky
Biografía ilustradoa de Mishima, Mario Bellatin
Crematorio, Chirbes (Inacabado)
Misericordia, Benito Pérez Galdós
La familia de Pacual Duarte, Camilo José Cela
Los países, Pedro G Romero
El exilio interior: la vida de María Moliner, Inmaculada de la fuente.
Campos de acción I , entre la performance y el objeto, VVAA
El método documental, Ana César Cristina
Media noche Mediodía, Ana César Cristina
Plata quemada, Ricardo Piglia
Noche en blanco, Ricardo Piglia
Deshacer el género, Judith Butler
El género en disputa, Judith Butler
Vida precaria: el poder del duelo y la violencia, Judith Butler
Lo Posthumano, Rosi Briadotti
Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade, Rosi Briadotti
Transatlántico, Witold Gombrowicz (en proceso)
Obra completa, Hector Viel Temperley (en proceso)

sábado, 19 de diciembre de 2015

¿Quién teme a Judith Butler?

 A principios de noviembre, Judith Butler vino a Barcelona para dar una charla en el CCCB en el marco de la exposición + Humanos: el futuro de nuestra especie y como invitada en el ciclo D.O. Europa 2015 que tuvo lugar en El Born Centre Cultural. Butler, que es catedrática de retórica y literatura comparada en la Universidad de Berkeley y autora de varios libros de referencia como El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, Cuerpos que importan, Marcos de guerra o Las vidas lloradas, asiste algo desganada a un photocall y hasta firma autógrafos. Como Žižek o Rancière, está en esa liga de pensadores que hacen de cabeza de cartel y agotan las entradas en cuestión de horas. En el CCCB la escucharon 850 personas. ¿A qué se debe tanta fascinación?    Andrea Valdés
Al final de Deshacer el género Judith Butler explica que cuando tenía 12 años le preguntaron qué quería ser de mayor y dijo: filósofa o payasa. Sus profesores, en cambio, le auguraban un futuro como criminal, así que la castigaron a estudiar con el rabino. Lo primero que le preguntó fue porqué a Spinoza le excomulgaron de Israel. Ahí ya tenía 14. En otro fragmento se describe como una joven lesbiana leyendo a Hegel en un bar gay que, al caer la noche, pasaba a ser drag. De alguna manera yo querría volver a ese lugar y no tener que negociar los minutos con los que poder charlar a solas con ella. Contrariamente a lo que esperaba, Butler no es nada excéntrica ni es de esas figuras que ya van con la respuesta preparada. Ya de entrada me comenta que no cree que lleguemos a definir ontológicamente lo que de verdad es el ser humano. Y no será que ella no lo ha intentado, pero hay tanto desacuerdo.
Debo confesar que antes de leerla, yo era razonablemente feliz comprando su idea de que el género era una construcción, un acto performativo. Esa idea me parecía acorde a mi experiencia, pero entonces cogí El género en disputa, su primer ensayo. De entrada me sorprendió la fecha. ¿1990? Joder, sí que es viejo el libro, de cuando estalló el sida. Segunda sorpresa: a la que me voy metiendo, empiezo a no entender nada. Si pide préstamos al psicoanálisis (Freud, Lacan, Kristeva…), también le hace muchas objeciones. En sus páginas hay trufitas tipo: “El hecho de que la máscara ‘domine’ y también ‘resuelva’ estos rechazos indica que la apropiación es la estrategia por medio de la cual esos rechazos de por sí son rechazados, doble rechazo que acentúa la estructura de la identidad mediante la absorción melancólica de quien, en efecto, se pierde dos veces”. ¡Muy buena, Judith! Con esto en mente, le improviso una situación. Y así arranca la entrevista.
Pongamos que estamos en un bar, aquí en España, donde el post-estructuralismo ha tenido una recepción tardía y algo chapucera. Se lo comento porque a la que empiece a hablar de la heterosexualidad como algo construido socialmente, siempre habrá alguien que le dirá: “Escuche, ya puede ser el sexo una ficción normativa o el nuevo perfume de Madonna, que al final todos venimos de un pene y una vagina”. Fin del tema. ¿Cómo respondería a eso?

—(Risas) De entrada quiero matizar que en los bares yo me he encontrado a gente muy dispuesta a hablar de post-estructuralismo pero si lo que quieres es invocar a la persona “ordinaria”, a la que toma como punto de partida lo material, lo visible y “se deja de historias”…, ¿qué le diría? Si tengo que explicarle de dónde vengo, podría empezar por ese pene y esa vagina, pero es algo muy extraño de hacer porque ese pene y esa vagina… ¡tendrán que pertenecer a alguien! Y esos “alguien”, además, tendrán que estar de algún modo relacionados. Esa relación podría ser consensuada o no, podrían estar casados o tener un lío de una noche, quizás se conocieron en ese mismo bar que mencionas, hablando, ¿por qué no?, de post-estructuralismo (risas). Podría ser que la mujer fuera lesbiana y que el hombre se masturbase y dejara el resultado en un frasquito, que su esperma fuera transferido a su vagina, o también que la mujer congelase los óvulos y la reproducción sucediera incluso fuera de su vagina. Lo que quiero decir con esto es que la reproducción sexual no es un simple hecho biológico. Los componentes de esa reproducción están organizados socialmente y es difícil abstraerlos y pensarlos aisladamente, fuera del marco que los regula. Y más adelante dirá: pero la reproducción es sólo una manera de entender y organizar nuestra sexualidad, también hay otras.
Quizás aquí habría que matizar qué significa el cuerpo. Para Butler no es algo que tenga un origen pre-discursivo, es decir, una verdad biológica o de orden simbólico. Y aquí mi tercera sorpresa: la idea misma de un sexo dado, anterior al género, es en sí un efecto del discurso que acaba por naturalizar al propio género. Digamos que, como buena foucaultiana, Butler cree que sólo podemos acceder al cuerpo a través del discurso, las prácticas y las normas. Esto no significa que el cuerpo sólo sea una construcción (pobrecilla, la de veces que lo ha aclarado. En Barcelona le volvió a tocar). Significa que le asigna a las normas un papel importantísimo, porque por un lado nos guían, nos hacen inteligibles, pero por otro, nos normalizan. No nos determinan pero sí que nos condicionan, aunque las normas no siempre se cumplan. De hecho, muchas veces no lo hacen y ahí es cuando el género “entra en disputa”.
Siguiente pregunta: Ahora en la MTV hay una serie juvenil llamada Faking It en la que dos chicas se hacen pasar por lesbianas para triunfar en el instituto pero, de pronto, una de ellas descubre que no lo tiene tan claro. Su hermanastra es intersexual y su mejor amigo, gay. ¡Imagino que se reservan al trans para la temporada final! Aunque esta serie aborde el tema de la identidad y la plasme como algo muy difuso, estéticamente reproduce el código mainstream. ¿No le preocupa que lo queer pierda su carácter disidente y acabe siendo un estilo de vida más?
—Efectivamente hay quienes buscan el reconocimiento en este sistema, contraen matrimonio y hasta quieren ser legitimados por la cultura popular. Por ejemplo, en Estados Unidos, Laverne Cox, la transexual que aparece enOrange is the New Black, se ha convertido en una figura mediática y está haciendo una labor importante. No me parece mal dar visibilidad, pero no es lo que me interesa. Yo creo que lo queer como movimiento no puede funcionar solo. Más que pensarlo en términos de identidad, para mí siempre ha sido una cuestión de alianzas y, sí, creo que hay que hacer una aproximación radical y queer a la economía. En Nueva York, por ejemplo, está el Queers for Economic Justice, y también sé que en Inglaterra hay varios activistas en partidos de izquierda preocupados en definir una nueva agenda socialista. También sé que en España un importante sector queer ha formado parte de los Indignados, y está el grupo “Precarias a la deriva”, que luchan contra la austeridad.
Ya que menciona a los Indignados, muchas de las que estuvimos en el 15-M vivimos algo extraño. De pronto, algunos hombres críticos con la masculinidad empezaron a hablar en femenino y algunas pensamos: no se trata de que os apropiéis de nuestra gramática sino de que nos dejéis hablar. Como sabrá, España es un referente en lo que respecta al reconocimiento de las minorías sexuales, pero sigue siendo un país muy machista, así que entiendo a Rosi Braidotti y su reticencia a abandonar la diferencia sexual en la medida en que hace más explícita la histórica asimetría entre el sexo masculino y femenino. ¿Qué opina al respecto?
—Entiendo tu comentario, pero no entiendo por qué la crítica a la dominación masculina no puede hacerse desde el género y tenemos que usar la diferencia sexual, que para mí es problemática. Quiero dejar claro que el género no es a la teoría queer lo que la diferencia sexual al feminismo. Eso no funciona así, entre otras cosas porque elqueer es parte del feminismo. ¡Yo soy feminista! En Brasil, para que te hagas una idea, hace poco ha habido una ley contra el feminicidio, pero varia gente, feminista o/y queer, decidió llamarlo Femenicidio para incluir a los trans mujeres que también habían sido asesinadas. ¿Quién quiere pensar en muertes de segunda categoría? Todas cuentan. Sus cuerpos también tienen que aparece en las estadísticas por eso hay que pensar en un sentido más amplio.
Pero ¿no cree que son violencias distintas y que abordarlas desde el mismo ángulo a veces es confuso? Por decirlo de otro modo: los movimientos LGTBI se han constituido como minoría sexual, que en sí ya es una identidad política y creo que bastante operativa. Las mujeres, en cambio, no son minoría. Nuestra identidad es muy discutida y discutible. Muchas ni siquiera consideran que vivan en un régimen de violencia.
—Ya veo por dónde vas y estoy de acuerdo contigo en que la violencia hacia las (cis)mujeres está tan naturalizada que muchas veces es difícil de mostrar. El problema es que parte de lo que pasa en la opresión de las mujeres es que también ha sido producida por las normas del género que establece que el lugar de la mujer es la casa, su tarea es ser menos que… Se presupone que ser mujer es ser de una cierta manera. Hay un regulación de su conducta sexual (debe ser monógama, etc.), de su interioridad y hasta de su apariencia. Luego están las mujeres cuya violencia no viene de la norma sino, precisamente, de estar fuera de ella. ¿Y qué hacemos entonces? Estoy contigo en que quizás nos falte el vocabulario adecuado para hablar de esa violencia que se hace “en el nombre de la norma”, pero no soy nada partidaria de jerarquizar cuál es la situación más violenta ni la subversión más o menos legítima. En esto soy muy horizontal.
Tras más de un siglo luchando por nuestra visibilidad y en plena era selfie, Hito Steyerl reivindica la imagen spam, Tiqqun habla de nuestro derecho a ser opacos. No queremos que nos graben ni etiqueten. ¿Cree que es posible conciliar ambas demandas? Me refiero a ser visibles y anónimos al mismo tiempo.
—Es una buena pregunta, la paradoja de nuestros días, porque es un hecho que las redes sociales son en gran medida de las grandes corporaciones que a su vez tienen acuerdos continuos con los gobiernos para implementar lo que ellos llaman “políticas de seguridad”. Cuando las usamos, aceptamos esto, así que la única manera es nada menos que librar las redes sociales del control corporativo y la injerencia gubernamental y para eso sí que necesitamos otra buena alianza. De todas maneras sí que hay pequeñas plataformas que pugnan por su autonomía y hay prácticas muy interesantes como la de construir avatares con un género indefinido, móvil…
Siguiendo con temas de cultura visual, Ariella Azoulay ha desarrollado esta idea de la fotografía como un contrato civil, es decir, como ese espacio mediante el cual aquél que ha perdido sus derechos recupera momentáneamente la ciudadanía, al dar cuenta ante otros de su abandono político. Pone como ejemplo la ocupación en Palestina, que es un tema con el que también ha tratado. Si comparamos esta tesis con la que usted desarrolla en Marcos de guerra, donde incide más en la instrumentalización bélica de las imágenes y su circulación, la de Azoulay resulta mucho más esperanzadora, ¿no cree?
—Ariella y yo somos muy amigas y no me veo haciéndole ninguna objeción porque coincido bastante en sus ideas sobre la fotografía. Podría decir que para ella la posibilidad de una cohabitación en Palestina está en lo que llama la sociedad civil. No está pensando en si ha de haber un Estado o dos, sino en qué practicas puedan surgir más allá de las que formaliza el gobierno. Yo he escrito sobre esas imágenes que no nos llegan y las que definen el marco de lo pensable (mientras velamos por las víctimas de un lado, no sabemos nada del otro. ¿Qué hay de sus rostros?), pero para Ariella el interés de la fotografía está en el archivo. Lleva años reuniendo fotografías de antes de 1948, en la que unos y otros convivían. No busca imágenes de los ataques sino las de la concordia. Yo pienso que no hay que romantizar mucho ese periodo, porque incluso antes de la emergencia del Estado de Israel ya había europeos que fueron ahí a asentarse y tenían una tarea colonizadora y no siempre reconocían las tierras que eran propiedad de los palestinos. Es cierto que su archivo documenta que aquellas disputas eran verbales, en asambleas, mercados… No había un muro ni un aparto estatal. Eran modos de proximidad en el día a día que no estaban tan contaminados por la violencia, aunque fueran asimétricos y conflictivos. Así que con su archivo, ella no sólo busca restituir la ciudadanía a quienes les ha sido negada, sino que además nos da un sentido de un pasado en común que ha sido invisibilizado o borrado, para poder imaginar un futuro distinto. No tengo dudas de que es un trabajo muy importante.
¿Pero usted cree que las imágenes pueden restituir el daño? Y si todas las vidas importan, ¿por qué en la crisis de los refugiados hubo una foto que destacó mucho más que todas las demás?
—De entrada, no coincido con Susan Sontag en eso de que el fotoperiodismo ha perdido su capacidad de informarnos o movilizarnos políticamente. Ella pensaba que era una agencia del shock. Dicho esto, creo que algo chocante sí ha pasado con la foto de Aylan, el niño kurdo que apareció en la orilla, sobre todo para aquellos que creían en Europa como un proyecto civilizado, humanista o justo y defendiéndose a sí mismo de la barbarie. Yo pienso que con esa imagen Europa descubría una vez más que la barbarie también ha sido parte de su historia, de su legado y de su presente. El rechazo de los refugiados en la frontera, el dejarlos morir mientras cruzan el Mediterráneo o viven a la intemperie a la espera de ser procesados también forma parte de Europa. Quiero decir, ¿motivó esa foto una gran reflexión sobre la comunidad kurda y su relación con Siria o el Estado Islámico? ¿Es ahí a donde fue la sensibilidad? No. Yo no vi eso. Lo que yo vi es que ese niño era un espejo y a Europa no le gustó nada cómo se vio en él.
Es una conclusión muy dura pero suena razonable. ¿Por qué cree que su trabajo hace enfadar a cierta gente?

—¿Te refieres a los de derechas, al sector judío, a algunos transexuales, mis amigas las viejas feministas o los lacanianos más formales? (risas) Porque si te los explico uno a uno, nos faltaría tiempo.
Al día siguiente, en el seminario que se celebró en el CCCB, seguían las preguntas. Ahora eran otras y otros quienes querían saber ¿Qué opina del futuro de internet? ¿Y del derecho de autodeterminación en Cataluña? ¿Cómo podemos huir de la instrumentalización de la belleza sin renunciar a la seducción? ¿Es el parentesco siempre humano? ¿Cómo lleva Judith Butler convertirse en un icono? A lo que dijo: “Con ironía. Butler es parte de lo que soy y de lo que no”.
Debo admitir que en algún momento pensé: “la Butler no se moja”, como esperando que desenterrara el hacha. A veces ha defendido ideas muy radicales, pero me da la impresión de que más allá de ciertas líneas rojas, no hay tantas cosas que le parezcan incompatibles, de ahí que con frecuencia diga “y esto no significa…”. Hace una declaración y a la frase siguiente entorna la puerta. No la cierra. A los que somos algo obtusos, su postura puede resultar frustrante, pero quizá debamos buscar la respuesta en lo que dejó caer a mitad de la conferencia:  
“No importa lo inflexibles que seamos en nuestra pretensión de conocer, tomar, verificar y producir el cuerpo material, estamos vinculados a un discurso que nunca puede presumir de ser el único en entender lo que es un cuerpo, o, mejor, cómo un cuerpo significa. El cuerpo, tal vez, sea el nombre de nuestra humildad conceptual”.
¡Mujer tenía que ser! Aunque no proceda decirlo, porque quien ahora escribe sigue sin saber muy bien qué quiere decir esto.