jueves, 24 de octubre de 2013

II. Palabras de aliento: Nuestra tecnología existe y triunfará

En estos días de desasosiego —tanques contra cañeros, los trabajadores apoderados de la Universidad, presidentes que se quejan de que las potencias quieren enseñarnos el ABC, etc.—,me he puesto a darle la vuelta a mi casa en busca de pruebas de la existencia de la tecnología mexicana, único antídoto contra la amenaza más grande que se cierne sobre nosotros: la tecnología importada. El resultado de mis paseos es el mismo que obtengo cada vez que me pongo a examinar este problema. ¿Que no hay tecnología autóctona? Mentira. ¿Que todo lo que hacemos de acuerdo con patrones importados? Falso. ¿Que los mexicanos no hemos inventado nada en los últimos cuatrocientos años? Error craso. Yo creo y sostengo que a fuerza de importar ideas extrañas y de copiar productos extranjeros, hemos logrado, gracias al toque inconfundible de nuestras manecitas y a la penetración característica de nuestros cerebros, producir un medio ambiente especial, auténtico, que no se parece a ningún otro y que es manifestación de algo que podemos llamar con cierto orgullo, y sin temor a equivocarnos, la tecnología nacionalista. Detengámonos por ejemplo a examinar mi cama. En ella encontramos dos productos que son típicamente mexicanos y que no se encuentran en ninguna otra parte: la sábana que no llega al otro extremo de la cama y la cobija chorizo que a lo largo le da vuelta y media a la misma, pero que es suficientemente estrecha para que el durmiente no pueda moverse sin descobijarse la espalda.

Pasemos al baño. Ahí encontraremos varios objetos que son mexicanos como el moles. Tenemos por ejemplo este aparatito que sirve para colocar los cepillos de dientes y el vaso. No es un diseño perfecto pero, ¡qué original! En primer lugar notemos que está hecho de un material tan resistente y está tan bien empotrado que es capaz de soportar el peso no sólo de un vaso de plástico y cuatro cepillos, sino del dueño de la casa en el que caso de que se le ocurra ahorcarse colgándose del cepillero —y en el caso también de que sea enano, porque el cepillero está a un metro cuarenta del piso—. Pero observemos el hueco especial para colocar el vaso. Si ponemos el vaso boca arriba se precipitan las sales carbonatadas que hay en los residuos y manchan el fondo del vaso; si lo ponemos boca abajo, el agua sale y se queda estancada en la porcelana, que no tiene desagüe, formándose así un criadero artificial de paramecias, amibas y, en caso de descuido notorio, ajolotes. Abramos ahora la alacena que está sobre el lavabo. Está hecho de acero inoxidable —¡ja, ja, ja!—. En su interior encontraremos otro invento mexicano. Es una sustancia que es buena para el hígado, fabricada en los laboratorios Xochipili, en la calle de Talismán. Esta sustancia, que es bastante eficaz, tiene un defecto que me interesa analizar, por estar relacionado con el asunto de que estamos tratando: consiste en que sus inventores nunca se dieron cuenta de que las botellas de cuello estrecho son para almacenar líquidos, no sólidos en polvo como el producto que ellos fabrican. Pero si cometieron este error, en cambio sí tuvieron ingenio suficiente para sustituir las botellas de vidrio transparente que usaban antes por otras de plástico opaco, lo que permite que el que compra el producto no se dé cuenta que la botella está llena a medias antes de salir de la botica. Esto, acéptenmelo, es tecnología nacionalista. Si los laboratorios Xochipili exportaran estarían metiendo divisas a montones.

Pasemos ahora a la antecocina. Allí encontramos, en ligar prominente, una batería de botellas de licores del país. Cada vez que quiero abrir una de ellas me salgo al patio de servicio con un desarmador, un pica hielo y un martillo —herramientas a las que he agregado a últimas fechas un fórceps—. Dígame alguien que esto no es típicamente nuestro. Pero esta parte del estudio que estamos haciendo merece una segunda reflexión. ¿Cuál es el objeto de poner en la boca de la botella una válvula que permita la salida pero no la entrada de líquido? Muy sencillo. Evitar que comerciantes poco escrupulosos saquen licor bueno y rellenen la botella con un licor de inferior calidad. Ahora sabe uno que lo que sale de la botella y cae en el vaso es lo que pusieron los fabricantes, no, lo que puso el gachupín de la esquina. Desgraciadamente para los fabricantes, la válvula de que estoy hablando es un arma de dos filos, porque garantiza que lo que la botella tiene dentro es auténtico, no que sea bueno. Cuando prueba uno el licor y le sabe a rayos, ya sabe que es malo de origen.Pero esto de que porque la botella viene con una válvula de plástico en la boca, el licor es de origen, es muy relativo. Y ahora, mucha atención porque aquí voy a dar un consejo que constituye mi contribución a la tecnología mexicana y al fomento de nuestras exportaciones. Mi proposición es la siguiente: vamos a falsificar las botellas de todos los licores de prestigio que se producen en el mundo y todas las etiquetas. Vamos a llenarlas con una imitación de esos licores hecha en el país; vamos a sellar las botellas con estas válvulas de garantía; vamos a invadir el mercado internacional con estas falsificaciones hasta lograr que se desprestigien los licores más prestigiosos. De esta manera, el mercado internacional quedará libre y listo para ser invadido por las auténticas exportaciones mexicanas. 12-01-1973

INSTRUCCIONES PARA VIVIR EN MÉXICO. Obras de Jorge Ibargüengoitia.

No hay comentarios: