Negando cocinas.

Nunca me han gustado excesivamente los relojes deformados de Dalí, ni entiendo qué tigres vio este hombre en la dichosa Gala, pero admito que su celebración del ego siempre me ha hecho reír. En su casa, que visité el otro día, las paredes eran tan blancas que parecían cáscaras de huevo. Había unas escaleras, conchas de caracol, espejos del derecho pero también del revés, varias chimeneas y un ropero enorme. En su dormitorio, como muchos sabréis, puso un espejo de cara a la ventana para ser siempre el primero en recibir un rayo de sol. Aunque no recuerdo donde estaba la cocina, ni si la había. Arquitectos y artistas… ¿por qué esa tendencia a negar la parte más esencial de una casa? ¡Esto empieza a preocuparme! Aunque lo que más me llamó la atención fue el oso disecado que hay en el recibidor. Lo vistieron con varios collares, añadieron una bombilla en sus garras y acabó siendo una lámpara… porque claro, Dalí puede permitirse hacer de todo, ¡hasta ridiculizar a un oso!
Cuánto hubiese dado por verle en N. York pisoteando a los maniquíes de un gran escaparate porque no acabaron de ser fiel a su idea, o tratando de volcar una bañera. En un error de cálculo, acabó empotrándola contra el cristal y reventó todo el escaparate. Comentó que se le resbaló. Pero ¿a cuánta gente se le resbala una bañera? Con virutas de cristal clavadas en su abrigo, salió a la calle y empezó a caminar, hasta que le detuvieron. Lo estoy viendo… ¡Se trata de la obra de un ilustre surrealista!- dijo. Ignoro si tenía los pies mojados y bien embutidos en sus zapatitos de charol, pero me parece genial. Sé de fuentes cercanas que un amigo suyo, psiquiatra, murió en el salón de su casa. Se desplomó. Tardaron un rato largo en moverlo del suelo. Me pregunto si su muerte también fue obra de Dalí, que lo mató de risa. O de un susto.