EL
RESTO ES ELECTRICIDAD*
(MI
ENTREVISTA FICTICIA A AKI KAURISMÄKI, CON NOTA FINAL)
Aki me ha citado en un restaurante chino del
tamaño de una vieja sala de cine, aunque desde fuera es tan discreto que nadie
lo diría. Está situado en una callejuela llena de bajantes que, en algún
momento, se escurre y acaba en el puerto de La Coruña. Son las once de la mañana y está vacío. Es muy probable que siga
así todo el día. Un local muerto, con columnas y un falso techo de oficina. Su
única vida viene del televisor que hay sobre la barra y de un chorrito de agua
que hace de cascada entre un montón de plantas de plástico. En la sala
principal hay mesas como para dar de comer a un regimiento aunque su
disposición es más propia de un banquete de boda. El ratio de empleados es
absurdo: a cada mesa, un camarero. Juntos, llenan mis dos manos. Nadie sabe por
qué sus dueños tienen contratada a tanta gente, ni siquiera Aki. Le gustaría
fumar pero no puede. La ley es la ley y el cenicero que tiene junto a él me
dice hasta qué punto la respetan los chinos, por muy opacos que sean sus
negocios. Es que está lleno de colillas. A rebosar. No falla: en cuanto
enciende un cigarrillo, uno de los camareros, el más viejo, le llama
inmediatamente la atención y, a la segunda calada, Aki no tiene más remedio que
volver a apagarlo. Parece un sketch.
Tras anunciarle mi nombre y el medio para el que escribo, me
presenta con sus manos a su mejor amiga. Son manos vigorosas, de Golem, que no
corresponden con su cuerpo de cristal, porque su mejor amiga, como supondréis,
es una botella de vino. Yo la saludo, por seguirle el juego, y me fijo en sus
uñas. Están bastante cuidadas teniendo en cuenta que en realidad pertenecen a
un alcohólico. Según su humor, traba amistad con los objetos y hasta les da
vida, a la espera de que otros hablen con ellos… Como no sé qué decir, hago mi
contribución a su bodegón: al cenicero cementerio y la botella amiga, se suma
una vieja grabadora. ¿Le importa?, digo, pero en vez de contestar, él enciende
otro cigarrillo. Se disculpa por adelantado pues es muy posible que durante mi
entrevista le llamen varias personas. Está en la pausa de un rodaje y en los
rodajes, según dice, “siempre surgen imprevistos, lo que no impide que me
sienta especialmente a salvo, porque por lo menos suena el teléfono y hay un equipo
que espera algo”. ¿Algo?, digo yo y él precisa hasta donde puede: “Sí, un
gesto… una señal que les lleve de vuelta a casa”. Cuando no rueda, en cambio,
todo le parece un obstáculo sin una duración o propósito definido. Me explica
que como mucho se le confirma esa premisa que oyó en la televisión: ¡la tostada
cae siempre del lado de la mantequilla! Esa premisa, todos lo sabemos, sirve
para ilustrar que si algo puede ir mal, irá mal y en ocasiones da vértigo.
Aki se sirve otra copa. El camarero viejo viene de nuevo hacia
nosotros, mientras los demás empleados (¿cuántos eran: nueve, cien, cinco
mil…?) siguen amodorrados a la barra, mirando una película de Steven Seagal.
- Disculpe,
la próxima vez… – dice, señalando hacia la puerta.
- Ok,
Ok...
Entonces estrella el cigarro contra el cenicero y se palpa el
cuerpo. “¿Y mi bolígrafo?” susurra. Le recuerdo que lo tiene justo detrás de la
oreja. Él, por si acaso, lo comprueba. “Es que soy supersticioso”. Luego excava
en su garganta para despejar la mucosidad y, por fin, me mira a los ojos.
-
¿No te ha
pasado nunca, buscar algo que ya llevas
puesto?
Imagino que se refiere a las gafas. Yo asiento con la cabeza. Le
digo que es una sensación extraña y me lanzo.
Primera pregunta.
- En sus historias las personas fuman en todas partes, como sucedía
antes, aunque es difícil situar dónde y cuándo se ambientan.
- No es algo que haga conscientemente. Las películas “de época” me
ponen nervioso.
- No son de época, pero parecen de otro tiempo.
- Es que los coches de ahora son tan feos… y los muebles, muy sosos.
Me gustan los colores. Ayudan a dramatizar las cosas.
Jean-Pierre Léaud ahumado en “Contraté un asesino a sueldo” |
Se sirve otra copa, mientras su mirada se pierde en el mantel. Es rosa, de un rosa que no tiene nada que ver con él. Observo su pelo lacio y peinado hacia atrás, su nariz picuda y sus ojos vidriosos y algo saltones, como de insecto. Y sigue:
- Mi mujer dice que estoy pasado de moda. Puede ser. No ruedo en
digital.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué? -repite, abriendo los ojos, como si le sorprendiera que
le obligara a responder a algo tan obvio.
Yo insisto. Quiero frases, un titular. Le digo: Tiene sus
ventajas. Dicen que es más económico, que no hay que jugárselo todo a una sola
toma.
-
Dicen,
dicen… El cine de verdad es luz. El resto es
electricidad.
Y, acto seguido, se tapa los oídos para protegerse del ruido. Bang,
Bang, Bang! En la tele, Seagal ha vuelto a hacer de las suyas. Con una
mano le retuerce el brazo a un traficante y con la otra, dispara, haciendo
inaudible esa musiquilla de la que hasta hace muy poco ni me había percatado.
Agotada la munición, oigo un arpa. Suena de fondo, junto a la cascada. Le digo
que si no fuera por el tabaco, allí seríamos invisibles y a él no le disgusta
la idea.
- ¿Está casado?
- Que yo recuerde, sí. Hace… (Y mira al techo, como si realmente se lo pensara)
26 años.
- ¿Y tiene hijos?
- Muchos. Demasiados.
- ¿Cuántos?
- ¡Ninguno!
- Por eso nunca los menciona.
- ¿El qué?
- A sus hijos.
- Ella es un poco holgazana y al él le encanta mordisquearme los
talones. Me hacen muy feliz aunque al viajar no podamos entrar en la mayoría de
hoteles. (Aquí se hace un silencio, como si en su cabeza revisitara su vida
junto a ellos). Así es la humanidad. La gente debería silbar más a menudo.
- Háblame de su primera película "Crimen y Castigo".
- Hitchcock dijo que jamás se atrevería a llevarla al cine y fue lo
primer que hice.
- ¿Y qué tal?
- Tenía razón. Fue una idea absurda.
Esto no lo dice, lo
sentencia. Nos quedamos callados. Son unos segundos que a mí se me hacen
eternos.
- Por lo que veo es usted tan lacónico como sus personajes.
- A los que bebemos tanto nos pesa la lengua…
- ¿Y qué hace cuando debe promocionar sus películas?
- Fácil: ¡empezar a beber antes! Quizás por eso luego no me
reconozco en las entrevistas. No recuerdo haber dicho que las ideas sólo me
vienen sentado en la tapa de un wáter o que Bruce Willis es realmente feo...
- ¿Y qué cara le gusta además de la de Kati (su actriz habitual)?
- Buster Keaton era muy
guapo.
De pronto, siento una nube formándose bajo mis axilas, lo que me
obliga a ponerme en guardia.
- Tengo entendido que antes de ser realizador se dedicó a varias
cosas.
- Sí, pero lo dejé. Dejé de ser cartero, electricista, guarda
forestal... No sé ganarme la vida con un trabajo honesto.
- ¿Insinúa que está engañando a la gente? Más de uno se lo
discutiría.
Él se encoge de hombros.
-
De nada
sirve llorar sobre la leche derramada –murmura y yo pestañeo. Al ver que no le
entiendo, sigue hablando- Lo que quería decir, quiero decir… respecto a mi
trabajo es que siempre pierdo dinero. ¡Ya es algo!
Si hemos de hacer caso a los rumores, fue por dinero por lo que
dejó de hablarse con su hermano. Suerte que aún no ha renunciado a sus modales.
Se disculpa un momento. Mientras se aleja hacia el baño, observo la suela de
sus zapatos. Aki Kaurismäki. Mi interés se lo debo a su nombre. Me hechizó de
golpe, como sus películas. Las vi todas seguidas, cosa que a él pareció
interesarle. Desde entonces, yo le nombro sin prisa ni pausa. A veces, es el
cielo el que está Akikaurismäki, otras es un objeto o incluso yo. Es decirlo y
ponerme a dar vueltas y vueltas, a riesgo de creer que quienes giran son los
demás, pues él está quieto y adora a los perros.
En cuanto me quedo a solas con sus colillas y su mejor amiga,
caigo en un detalle: la grabadora ¡no estaba activada! Me avergüenzo de mi
escasa profesionalidad. Reviso mis notas.
Oh Aki, gran Aki… podríamos discutir si a los obreros les importa Melville o si
Finlandia no es mucho mejor que ese episodio triste que rodó Jim Jarmush con
las manos al volante, pero resulta que no aguanto a los cinéfilos y sus jerseis
de cuello alto. Es cierto, antes cité a Hitchcock. Valga decir que su silueta
se usa de estampado. Yo la vi en una cortina de ducha. En cuanto a Melville,
Bresson, Godard…, sus nombres no son como el tuyo que me hace pensar en esa
multitud de hijos que ni siquiera existe, mientras mis ojos te buscan entre un montón de cenizas o en el
culo de una botella. Además,
¿por qué ir de chica lista si estás siendo todo un caballero? Regresas del
baño. Suena tu móvil. “¡Fuego, fuego…!” gritas, pero no contestas. Y cuando yo
ya doy por muerta nuestra conversación, te dejas caer sobre la silla como un
saco de patatas, un saco pesado y viejo, y decides salvarla.
- No es que me guste perder dinero, pero sería una descortesía hacia
mis personajes que lo que cuento funcionara bien en taquilla. Son unos
fracasados. ¿Quién quiere ver a un fracasado perdiendo su trabajo?
- Usted. A usted le importa.
- Porque es que lo que conozco. A los que sobreviven haciendo
chapuzas. Los críticos siempre me dicen: “Aki, ¿y dónde está la burguesía?”
Pues en sus casas. ¿Dónde iba a estar sino? Hay gente muy rara por ahí fuera.
Gente que quiere que deje de hacer películas.
- Así que tiene enemigos… - Esto se lo insinúo con cierta
coquetería.
- Oh, no! Ya me tengo a mí mismo, pero debería dejar de fumar. Nos
vigilan...
De pronto, me señala con la mirada al camarero viejo. Como lo
echaba de menos, hace ver que enciende otro cigarrillo, pero esta vez el chino
se queda en su sitio. Le contesta de lejos, gruñendo. A nadie le gusta que le
tomen el pelo. Entonces es cierto, digo, y le menciono su fama de
gamberro. Me confirma que
de joven estuvo un par
de noches en la cárcel.
- En Finlandia o te detienen por “alterar el orden público” o
por asesinato. No hay término medio.
- Entiendo, aunque yo no iba tan lejos.
Me refería a su entrada en la Croissette. En cuanto pisó la alfombra roja, se puso a bailar twist. Luego
deslumbró a la audiencia con sus palabras. “En primer lugar, quiero agradecerme
este premio y gracias al jurado”. En Cannes, la gente se reía por la elocuencia
de su discurso y porque, al retirarse, se saltó el protocolo. Cuando uno recoge
un premio suele salir por detrás del escenario, junto al presentador. A él, en
cambio, que lleva años haciendo lo mismo (o eso espera), le salió marcharse
exactamente por donde había venido, sin importarle que se le viera apeándose
del ansiado podio.
Gente alegre (Luces de atardecer) |
En cuanto me acostumbré a él, a sus tragos largos y sus frases
cortas, sacudidas de vez en cuando por alguna idea que le hacía acelerar un
poco la lengua, le pregunté qué opinaba del éxito.
- Ensucia más que una cagada de paloma. Me refiero a las estrellitas
y esas frases que ponen en mis carteles.
- Si hace que más gente vaya a ver su trabajo…
- Entiendo, pero por qué no poner: “En ésta sale Joe Strummer” o
“Dura 85 minutos”. Como información es más relevante.
- Ahora que lo dice, sus películas son bastante breves.
- Es que soy muy vago.
- ¡No lo creo! Los vagos no se atreven con Dostoievski ni versionan
a Hamlet con el presupuesto de una furgoneta. ¿Por qué decidió adaptarla?
Y justo entonces se formó una cortina de humo entre los dos. Aki
acababa de renovar la posibilidad de ser castigado con otra calada, pero su provocación
no cuajó. El camarero se había
rendido del todo.
- A los hombres les asusta ser libres por eso los cine están cada
día más vacíos. Y no hablemos de las bibliotecas. La gente…, la gente prefiere
vivir en cautividad, antes que echarse a leer o fantasear en la oscuridad de
una sala.
- Eso está bien pero volvamos a Hamlet.
- ¡Hamlet! Me apetecía hacer una versión en el contexto actual. Y me
vino esta idea de que el príncipe era el heredero de una fábrica de astilleros
que está a punto de reconvertir toda su producción en patitos de goma.
- ¿Es ahí hacia donde vamos, hacia los patitos?
- Es posible. En
Europa ha habido un cambio dramático en este sentido. Todo ese conocimiento…
las fábricas, la industria, se está perdiendo. Directo a la basura. Cuack,
Cuack!
- ¿Se considera un cineasta político?
- Cineasta… bullshit! Mis películas se limitan a contar una
historia. Muestran cosas.
- En sus planos siempre están en medio.
- ¿El qué?
- Las cosas. Un vaso, un cenicero, flores… Hacen que los personajes
tengan menos peso. Hasta me atrevería a decir que sus actores, cuando se
mueven, se mueven poco, como los objetos.
Él sonríe y otra vez siento que aquella sonrisa no tiene que ver
conmigo.
- Ya te lo he dicho, soy un vago. También pienso que, en la mayoría
de casos, las personas nos vemos empujadas por las circunstancias. En eso,
tienes razón, no somos tan distintos de… de un jarrón.
- Por eso en sus películas
casi nadie ríe.
Aki se rasca la barbilla.
-
¿Ah no? Me gusta la gente seria sin
ser solemne. Y el rock and roll– Y aquí no me mira a mí sino al
infinito. Luego recupera su vaso - ¿Conoces a Kafka?
En sus historias nadie ríe y sin embargo es muy cómico. El más grande de
todos. Para mí todo está en los contrastes. Sin contrastes no hay sombras.
Y sin sombras uno se vuelve loco… o alcohólico. Kippis!
Me explica que así es cómo se brinda en Finlandia “donde, como
sabrás, la gente se suicida por falta de luz”.
- Algo he oído…
- Bien mirado, no es una mala excusa. Es mucho mejor que hacerlo por
no tener trabajo.
- Y a usted, ¿qué le anima a seguir?
Aki cierra uno de los ojos porque se le metido algo humo. Luego
cambia el vino por la cerveza, sin invitarme a pedir nada. Quizás, porque no
quiere incluirme en su problema.
- Una vez mi hermano Maki me llevó a la filmoteca de Londres. En
aquella época yo aún soñaba con ser escritor, pero vi “Tokyo Story” de Ozu.
Desde entonces busco mi tetera roja.
- Por algún sitio hay que empezar...
- Eso decía yo, pero he descubierto que Ozu siempre lo hará mejor.
Siempre. Desde que lo sé, rodar es como golpearse contra una pared. Y no es que
lo haya intentado, pero en Finlandia la ceremonia de té no está muy
desarrollada que digamos.
- No sé si le sigo.
- ues que en vez de una tetera, yo tengo que poner un… un
extintor.
Al oír aquello yo me río, me río mucho, y a él no parece
incomodarle. Incluso lleva el asunto más lejos.
- En mi nueva película hay una piña.
- ¡Ahí va! Entonces la vida tiene solución.
- ¿Qué?
- Una piña suena más optimista que un extintor.
- Es posible. Me desperté abrazado a ella. La gané en una apuesta,
en Rímini. Le dije a uno de mis perros: te apuesto una piña a que salimos de
ésta. Localizando, nos habíamos perdido en un laberinto que resultó ser un
cementerio. Hacía frío y a mí se me había roto el mechero, pero él movió la
cola y yo la cabeza. Mientras existan estos momentos…
- El resto es electricidad
-digo y, por una vez, noto que su sonrisa sí que tiene algo que ver
conmigo, así que doy por concluida nuestra entrevista con la esperanza de verla
publicada.
En cuanto la entregué me dijeron que era demasiado larga, que
tenía que cortarla. Y yo no supe hacerlo. O no me dio la gana.
NOTA:
Estos días Kaurismäki estuvo en Barcelona presentando
un ciclo en la Filmoteca, así que yo y mi amiga Carolina nos plantamos en su hotel.
Aki apareció sangrando. Se puso un poco de algodón
en el dedo y con el resto improvisó un bigote a lo Santa Claus y así empezamos
una serie de rondas… Mi amiga me delató pero a él pareció gustarle la idea de
que le entrevistaran estando ausente. ¿Será por eso que Hamlet es la película
de la que más orgulloso se siente? Entre otras cosas, ahora sé que donde yo puse
Buster Keaton, él hubiera dicho Harpo Marx y que nunca brindaría con la palabra
kippis porque es muy burguesa. Paula, su mujer, me escribió otra opción en un
papel que ahora tengo en la nevera de casa.
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