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Antes de empezar la ruta, parada en B&H, tienda de varias plantas regentada por judíos de tirabuzón y cofia donde las mercancías (cámaras de fotos, carretes, hardrives y demás cachivaches electrónicos) desfilan cerca del techo en varios mini raíles que se extienden y bifurcan. A mí me recuerda a los antiguos trenes eléctricos y a las máquinas dispensadoras que giran y giran... Ya lo escribió un cronista en 1932:
"Si la democracia universal espera una aportación del pueblo americano, que no espere una aportación política o filosófica, sino una aportación mecánica. A la máquina de lustrar botas y de fregar platos seguirán otras máquinas. Máquinas, por ejemplo, de recibir puntapies... Máquinas de aguantar insultos e impertinencias. Y si hoy por hoy la mecánica americana no equivale a la Declaración de los Derechos del Hombre, no importa. Hay que confiar en un porvenir relativamente próximo, donde el mundo entero funcionará tan automáticamente como los mismos restaurantes automáticos." Julio Camba, 1932
En esta misma línea, en el sensacional "Delirious New York", Koolhaas insinúa que Coney Island fue un Manhattan en estado embrionario, así que decidimos ir a donde empezó todo: la montaña rusa. Coney Island es hoy es lo que era entonces -un barrio popular- pero algo desteñido porque los currantes ya no se acicalan para el espectáculo. Lo consumen en bañador y chanclas y en esas camisetas de tirante que tanto excitan a Madonna. Al subirnos al Cyclone lo que más nos impresionó fue el ruido. Se oía el traqueteo de la madera. La montaña es de 1927 y aunque está gastada de tantas subidas y bajadas, su perfil es precioso aunque no es el mismo que aparece en Annie Hall. La casa de Alvie Singer ya no existe. De hecho, yo pensé que nunca había existido, que eran cosas del cine, pero resulta que bajo otra montaña rusa, también en Coney Island, vivió muchos años una pareja. En un artículo di con una foto. Voilà!
Fred Moran & May, en su casa, situada al pie de la Thunderbolt, en Coney Island.
Fisgando en PM |
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