En 1898, W. Reginald Bray empezó a estudiar la regulación del Servicio Postal Británico y decidió ponerla a prueba hasta límites insospechados. Entre sus experimentos figuraba enviar sin empaquetar objetos extraños: un manojo de nabos, una llanta de bicicleta, algas, un bombín e incluso el cráneo de un conejo... hasta que se mandó a sí mismo por correo certificado. Le recogió su padre. Sin embargo, si se le conoce por algo, es por su colección de autógrafos.
Bray sujetando pechera y cuello de camisa. |
1 comentario:
Arriesgó mucho enviándose él mismo. ¿Y si su padre hubiera rechazado el envío? ¿Eh?
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