martes, 26 de junio de 2007

Tiovivos




No sé si pega hablar de mi sobrinito Laszlo Valdés-Alford en este blog pero como es la primera y única proto-persona que conozco, pues os aguantáis.
Quiero hablar de él porque los tiovivos le interesan un pimiento. Llegaría incluso más lejos: no es que le interesen un pimiento, es que cuando le subimos a uno le da un jamacuco existencial de aúpa; jamacuquismo del que, dicho sea de paso, yo me siento muy orgullosa. En la familia Valdés y alrededores esos achaques dramáticos son muy corrientes, sobre todo en el sector femenino. No sabemos muy bien de dónde vienen, pero están. Yo creo que todo empezó o mejor dicho, se aceleró, con un viaje. Porlospelos, Hermadre y yo fuimos a Buenos Aires. Durante el vuelo, un rayo sacudió nuestro avión de tal modo que las compuertas de varios maleteros se abrieron de golpe. Algunos pasajeros hasta dejaron caer un grito. Bueno, fueron grititos, de ésos que no acaban de consumarse y dan todavía más miedo. Desde entonces, Hermadre y Porlospelos tienen pánico a volar. Cuando digo pánico, es pánico. Yo, por mi parte, soy incapaz de sentarme al volante de un coche.
Pero la cosa no acabó ahí. Una vez en Argentina, además de vivir alguna que otra situación surrealista, nos daban calambres constantemente. Yo recuerdo uno en el Hotel Aielo, al apoyar mi mano sobre el pomo metálico de una puerta. Casi me deja frita. Pero más desconcertante fue el que tuve al darle un beso de buenas noches a mi hermana. ¡Pegamos tal brinco! A mí, hasta me chirriaron los dientes. En los días sucesivos, por miedo a no acabar electrocutadas, Hermadre, Porlopelos y yo empezamos a tantear el terreno, calibrando aquí y allá qué intensidad dábamos a todos y cada uno de nuestros gestos. Yo, sin ir más lejos, perdí confianza hasta en los cubiertos. Los abordaba como quien aborda algo desconocido, antes de sostenerlos con la propiedad con la que los adultos sostienen los cubiertos. En fin, no sé si os ha pasado alguna vez pero es algo agotador y tan raro... Para colmo, también sucedía que a veces, como resultado de aquel desajuste magnético nos daba la risa floja. Y no queríamos. No podíamos...
Quizá eso explicaría por qué una tarde, acabamos las tres rendidas, sobre el camastro de matrimonio de una gran "mamma". Era la mujer de un psiquiatra, amigo de mi padre, que por cierto también es psiquiatra. Le acompañamos a dar un curso de patrones a, b y c de comportamiento en la universidad de San Luis. Un pueblo al que no creo que volvamos jamás. En fin, como decía, aquella mujer nos acogió en su casa. Se parecía a Carmen Sevilla y el olor a cuarto cerrado de aquellas sábanas nos sigue asombrando tanto hoy como en su día. Y es que... ¿qué hacíamos las tres tiradas, con nuestras tripas cargadas de lasaña, dormitando con la tele de fondo? Sólo el abatimiento puede explicar que acabáramos postradas de aquel modo, en aquella habitación, mirando al televisor.

Todo esto para decir que algo de eso se ha quedado en nosotras cuando nos juntamos. Entonces, la vida nos parece de tal voltaje que casi nos cuesta sujetarla. Un poco como le pasa Laszlo, dando vueltas y vueltas en su tiovivo, como con cara de no entender nada, como diciendo: ¿De qué va todo esto? Yo venga a dar vueltas y vueltas en un coche de madera que encima está pegado al suelo... ¿y se supone que es algo divertido? No entiendo...
Me gusta que espere más de las cosas, y que al acabar el día se duerma, cansado, tan abatido... Como si tuviera una lasaña gigante deformándole ese ombligillo tan elástico y tierno.
O a lo mejor, lo único que quiere es andar... Y ya. Si así, siento todo este rollo.

Por cierto, en París, en 1997, yo salté de un tiovivo que estaba en marcha. Fue tal el trompazo que me metí, que tuvieron que pararlo. Al día siguiente, me desperté en Rue de Rivoli, en el mini-macro-nano apartamento de mi hermana, con un morado enorme en la pierna. Tan grande, que apenas cabía en su cuarto. Es otra de esas historias que a ella y a mí nos encanta recordar. Cabe decir que en esa época, ella estaba muy muy triste -comía mirando a la pared. Y yo, tan perdida, que una gorra Kangol me cubría la cabeza. Para colmo, era de tela de toalla... Me gusta ver que desde entonces, las cosas han cambiado.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

What a deliciosa historia, Tangente. Por no hablar de las fotos. Qué lujo ver lo que revelan esas miradas y ese cuerpo serrano. Por cierto, atención a las manos!

Anaberrrrrrrrr dijo...

comor que te gusta que tu sobrinito se duerma cansado y abatido mala bicha!... Manera de frustrar al pobre nino ya a su tierna edad..jeje

Gorra de tela de toalla? parecerias un teleñeco jer ya te estoy reconstruyendo con tu monóculo y tu gorrita felpa ... uhm

Anónimo dijo...

Kangol toalla, cómo te gusta humillarte.

No sé por qué no acabas de creertelo, lo de escribir bien, digo.

Anónimo dijo...

anda! cuando vengas te presentare a una amiga...la niña-protos, no tengo claro q sea una proto-persona, pero se le parece,¿no?
me estoy leyendo Ferdydurke...siempre te hago caso...
un beso grande!

Anónimo dijo...

Qué bueno... En Pekín, en pleno invierno, con las bajas temperaturas y la sequedad uno se electrocutaba con todo. No estaba en el hemisferio sur, pero casi.

Unknown dijo...

=) ha gustado el sitio!

Mateo Lusa dijo...

Qué lindo bebé, te invito a mis sitios!