martes, 3 de abril de 2007



No hace mucho me pasó una de esas cosas que pensé que sólo le sucedían a los dichosos articulistas de El País Semanal.

Resulta que por razones que no vienen al caso, un buen día empecé a perder interés por los libros. Entonces una señora que ya considero mi amiga me recetó que leyese a Virgilio Piñera. Yo ya lo conocía. Me compré su antología hace tiempo, porque Piñera es un protegido de Borges, y en su mundo de nadadores en seco y alpinistas que se van desmembrando antes de llegar a la cima, yo puedo verme a mí misma. Pero entre una cosa y otra sólo llegué a leer los dos primeros cuentos. Luego lo dejé y no porque me decepcionara si no porque es uno de esos autores que suelo dejar para después.
Pero aquella tarde, mi amiga me insistió en que lo leyera. Sobre todo porque tenía un cuento, uno en especial, que según ella me iba a encantar. "Es sobre un país donde los niños, antes de ser adultos, tienen que destrozarlo todo, porque su modo de aproximarse a las cosas pasa por destrozarlas antes." Quizá os parezca una tontería… Os confieso que hasta yo aborrezco los libros con "niños dentro", pero en el contexto en que me lo dijo resultó que aquel cuento venía a ser muy muy relevante. Vamos, que ni hecho a medida.
Un par de días después me marché a Gerona, a una de esas casas de campo en las que se van almacenando las reliquias familiares. Que si maquetas de cuando mi hermano estudiaba arquitectura, una oveja falsa que sirve de apoya pies, un mapa del mundo visto desde Australia (es decir, con todo del revés). Hay hasta una lámpara-oca con su bombilla en el estómago y un posa vasos en el que puede leerse lo siguiente: Nunca confíes en alguien que sólo bebe agua.
Total que con un panorama así, una siempre tiene que ir preparada. Así que en mi mochila llevaba la citada antología. La estuve ojeando sin ponerle excesivas ganas pues, insisto, no estaba para libros. No encontré el cuento en cuestión. Como siempre, me dije que lo dejaría para después... Pero dejar algo para después implica hacer algo antes. Así que tras dar par de vueltas por aquí y por allá, me puse a curiosear en el garaje – sí, tb hay un garaje con dos bicis rotas y una colchoneta pinchada. Del garaje fui al baño y al salir del baño me planté frente a las estanterías que hay en el pasillo y ahí me quedé porque, en mi caso, basta con perder el interés en algo para empeñarme en recuperarlo. !No hay nada que hacer!
En las estanterías del pasillo se ha ido fraguando por sí sola una biblioteca de lo más pintoresca. Nadie sabe bien bien de dónde han salido aquellos National Geographics, AjosBlancos, Cernudas y demás títulos, a cual más rancio, como por ejemplo: “Todos los estrenos de 1987”. Por no mencionar el porrón de libros de texto que ya nadie usa ni se ha dignado a tirar; todos con sus páginas hinchadas por la humedad.
Total... que allí estaba, fisgando en el pasillo, hasta que cayó en mis manos un libro que de pequeña me fascinaba. Se llama “Cuentos por teléfono” de G. Rodari. Fue una sorpresa verlo ahí, porque no lo tenía nada ubicado en el espacio. También debo decir que de todas las historias, sólo recordaba una, la del País sin Punta. Quise releerla, pero en vez de buscarla x el ppio o por el final, abrí el libro al tuntun. En la página de la izquierda habían dos o tres párrafos, y en la de la derecha, un dibujo en blanco y negro de un edificio destartalado. Pero además ví algo, una cosa que me llamó especialmente la atención y que ahora no revelaré.
La cuestión es que empecé a leer y cuál fue mi asombro al descubrir que lo que buscaba en la antología de Virgilio Piñera apareció, minutos después, en el libro de G. Rodari. !Al mencionarme aquel cuento, mi amiga se había equivocado de autor pero el azar quiso que en la búsqueda de este segundo cuento, diese accidentalmente con el primero y reparase así en el error!
Sin embargo, lo que más me llamó la atención entonces y me sigue fascinando ahora,no es la circunstancia tan literaria que me llevó hasta aquel cuento, sino en qué estado lo encontré cuando di con él. Y es que de pequeña, en vez de colorear la ilustración de la derecha, me dio por pintarrajear parte del texto de la izquierda, y encima lo hice con un rotulador. ¡Menudo modo de desgraciar un libro!- diréis. Con todo, ahora que ya soy adulta y sé que existen maneras y maneras de aproximarse a las cosas sin tener que destrozarlas antes, no se me ocurre un final más justo para esa historia. Me gusta pensar que de algún modo me apropié de ella. O ella se apropió de mí.
Fin.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

me descubro el craneo ante ti...
muy bonito

Por la tangente dijo...

Ayer lo quité porque es muy largo, y además no sé si entiende lo que quise decir, pero ya está. Lo vuelvo a poner! Graciaaas.
Aviso: el de la foto no soy Yo!

Anónimo dijo...

Perra, no te quedes el libro que también forma parte de mi identidad. A Laszlo hay que leérselo.
Mi hijo, además de destrozarlo todo, se lo jala. Despotilla.Luego todo huele a sus babas y me encanta.
No me has dicho nada de la no-cocina de David Lynch.

Por la tangente dijo...

Ja, ja... Lo dejé en su sitio, para cuando venga MI Laszlo, pueda llenarlo de babas y rematar así la faena. Aunque si se lee esos cuentos, no te libras de que le de un arrebato existencialvalentinescovaldesí! ¿Y quieres que te hijo sea así?
Si David Lynch reniega de su cocina, ¿cómo va luego de experto en café? Fijo que se los compra en Tescos y le sale aguachirli!!! Ven ya.

Anónimo dijo...

Hay que ver Tangente cómo te pajeas tú con los libros, chica, que sólo son letras impresas sobre papel.

Por la tangente dijo...

Yolandaaaa y el romanticismo? Por un poco que me queda, no me lo sabotees, mujer... Además pajear es un verbo muy feo, impropio de alguien que sólo lleva medias rosas! Schsss.

Anónimo dijo...

Si que me quedó poco fino el comentario...Era por hacerte rabiar, si yo también que te crees!

Anaberrrrrrrrr dijo...

poco fino es eufemismo... que sútil zafiedad... blad dad... sigue escribiendo porlas... aunque sea de articu-lista!!

Anónimo dijo...

Yo hace tiempo que me di cuenta que nuestra amiga Yolanda, a pesar de sus medias rosas, usa un vocabulario que DA POR EL SACO.

Anyway, qué bonito el libro de Rodari. Me gustaba mucho un cuento de un edificio que había que romper, y otro de un planeta en el que los niños, en vez de ir a la escuela, se bebían todos los días unos jarabes para aprenderse las tablas de multiplicar o la geografía.