jueves, 26 de febrero de 2015

Por un cine menor

Nunca sabremos si es verdad. Los amigos y críticos contaron la historia así: como por entonces no había televisión, Joseph Cornell solía volver del trabajo con rollos de viejos films en 16 mm que encontraba en negocios viejos de la ciudad. Esos días había en la casa sesiones privadas de cine: Cornell ponia en marcha el proyector y él y su hermano inválido miraban juntos el material. Entre esas películas casi siempre de clase B, una en particular les sedujo. Se llamaba East of Borneo, y había sido dirigida en los años 30 por un insigne desconocido. La miraron mil veces hasta que se aburrieron.  Entonces Jospeh bajó al sótano, cortó la copia y recompaginó las escenas, dándoles otro orden menos previsible, con lo cual quedaron satisfechos por un tiempo. El procedimiento se repitió varias veces (cada vez que se aburrían) y así, el film que conocemos hoy  -y que Brakhage ha descrito como uno de los grandes poemas fílmicos de todos los tiempos- sería el producto de un vaivén entre la diversión y el aburrimiento, la alegría y la decepción. Un juego al fin y al cabo como todas las obras de arte. Un meticuloso juego de ajedrez contra la Dama Negra que vuelve a pararse, una y otra vez, sobre el casillero blanco.

:_ Elegía a Joseph Cornell, María Negroni.

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