Hoy he entrevistado a una fotógrafa. Ella estaba en Nueva York y yo en Barcelona, así que hemos hablado con siete horas de diferencia. A mí, de por sí, no me gusta hablar por teléfono y menos hacerlo en inglés, con varios cables y una grabadora al lado. Regla número 1: Dicen que nunca conviene empezar una entrevista con una pregunta fuerte... y la mía era una auténtica bomba. Así que a 20 minutos de empezar, he puesto la primera donde estaba la quinta, que era sobre algo tan específico que no tenía sentido. Entonces he decidido poner la quinta pregunta donde antes estaba la octava - para oxigenar-, y adelantar la octava al tercer lugar. Aunque, de pronto, el enunciado de la octava me ha parecido demasiado largo, sobre todo estando como estaba tan cerca de la segunda pregunta, que ahora pasaba a ser la primera. Así que he decidido dividir la octava, que ya era tercera, en dos preguntillas cortas, sabiendo que todo mi esfuerzo iba a ser en vano pues, efectivamente, en cuanto hemos empezado a hablar, la fotógrafa ha contestado a mi primera pregunta como si fuese la tercera, y toda mi estructura se ha ido al carajo. Como siempre, me ha tocado improvisar.
Es muy difícil hacer buenas entrevistas. En mi caso, la decepción siempre está a la vuelta de la esquina. Lo supe desde los nueve años cuando entrevisté a Ana María Matute. Entonces leíamos El polizón del Ulises en el colegio. Lo curioso es que hoy, casi 20 años después, la he oído decir "que no estaba orgullosa de pertenecer a la especie humana" y me he quedado helada.
Con Ana María Matute. (Foto=pena)
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