miércoles, 13 de agosto de 2008

La historia siguiente


"- A propósito, ¿qué hora es?
Miró hacia el gran reloj de madera que estaba colgado en la pared, casi enfrente de nosotros, y su cara tomó inmediatamente la expresión gruñona de los hombres a los que no les gusta que se rompan los santos convenios del universo ordenado.
- Sí, claro, así también puedo yo- dijo mirando hacia su reloj-. ¡Dios, qué memo!
- Bueno, es también una manera de ver el tiempo -dije-. Einstein hizo jarabe con él y Dalí lo hizo derretirse con reloj y todo.
En el reloj que había frente a nosotros, la serie de números que nos ayudan a manejarnos -más o menos ordenadamente- por la parte de la gran burbuja que nos ha sido adjudicada, estaba revuelta: las seis y veinte se habían convertido en las cuatro y veinte, con todo el vértigo que esto lleva consigo. Una vez le había preguntado al camarero cómo había conseguido ese reloj y me dijo que estaba con todo el mobiliario cuando compró el bar. Y no, él tampoco había visto nada igual, pero un inglés le había explicado que debía de tener algo que ver con la manera en que los entendidos escanciaban el oporto, en sentido contrario a las agujas del reloj."

p.35 La historia siguiente. Ed. Siruela.

Siguiendo los pasos de Vila-Matas x Lisboa, ¡nos cruzamos con los de Cees Nooteboom! Por cierto, en el citado reloj no sólo la serie de números estaba del revés, el minutero también avanzaba retrocediendo, por eso todo parecía estar en su sitio.
Aunque poco después descubrimos que en Lisboa los paletas solo trabajan de madrugada, sin respetar el sueño de los viajeros. Pero ¿no es ilegal?- nos preguntamos. Es que a lo mejor, para ellos, es de día- pensé luego. De ahí que haya tanto portugués amable deambulando a pleno sol, por la calle, de ese modo tan distendido que otros solo alcanzamos cuando cae la noche. Y de ahí que uno siempre tenga la impresión de pasearse frente edificios ciegos, cuando no fantasmas. Sin luces, ni ruido. Como si en la mayor parte del tiempo, su tiempo -¿o debería decir el nuestro?- Lisboa estuviese dormida, embotada en su propio sueño... A saber si la reconoceré cuando despierte.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

En las oficinas de un trabajo que tuve ya hace tiempo había un reloj con el mecanismo de la aguja de los segundos estropeado. De las 12 a las 6 la aguja tendía a precipitarse al vacío en un par de segundos, mientras utilizaba los 58 segundos restantes para ascender tediosamente la cuesta que volvía a colocarle en la cima de todo. Su movimiento era siempre bastante aleatorio, a veces su caída se frenaba a las 5 y otras llegaba a las 6. Lo mejor de todo es que aun y sus incoherencias mecánicas siempre daba la hora correcta. Era algo precioso de ver, te podías quedar ratos enteros embobado, mirándolo en su rutinario quehacer.

Al cabo de unos años intente ponerme en contacto con mis colegas de la oficina para intentar recuperarlo. Por desgracia había desaparecido. Quizá se quedó sin fuerzas para una última ascensión. Me lo imagino en su último aliento, con la aguja de los segundos exhausta, colgando boca abajo y totalmente derrotada.

Por la tangente dijo...

Pues sí, qué lastima. Es como si parpadeara levemente, ¿no?